lunes, 10 de octubre de 2016

LA CONQUISTA DE AMÉRICA CONTADA POR LOS INDÍGENAS.


Una de las sorpresas más chocantes que encuentran los historiadores de la conquista de América es los lienzos o crónicas dibujadas que dejaron los pueblos mexicas que acompañaron a Hernán Cortés y sus capitanes en la conquista de América del Norte y América central.

Es interesante por ejemplo leer el libro La visión indígena de la conquista, de Ruud Van Akkeren (Guatemala, 2007), que analiza meticulosamente el lienzo de Quauhquechollan.
Este enorme lienzo de escritura ideográfica, fue encontrado en Puebla, Mexico, y elaborado por los quauhquacholtecas que acompañaban a los españoles en la conquista de América central (actuales Península de Yucatán, Guatemala y Honduras) para contar sus aventuras, al regresar a sus tierras.

Con la ayuda de este gran lienzo, los escribas contaban su propia versión de la conquista del territorio maya acompañando a Jorge de Alvarado y los demás aliados españoles. Propone el autor de La visión indígena de la conquista que esta óptica debería ser tenida en cuenta también al estudiar la historia en Guatemala; esto es, no demonizar a los que ayudaron a los españoles, o crear héroes falsos entre los que se resistieron, etc. pues todo era muy complejo (del mismo modo que entre los conquistadores había gente generosa y gente muy poco ejemplar).
Me interesa ahora señalar el hecho de que, como a los tlaskaltecas, conquistadores de Tenochtitlán (actual Mexico DF) junto a las escasas tropas españolas de Hernán Cortés, les unía con España, primero su común oposición a los aztecas de Moctezuma; después, su fe cristiana y la consanguinidad (el cacique había emparentado en lazos de sangre con Cortés y los hermanos Alvarado) y el interés común de conquista de otras tierras a sus enemigos tradicionales del sur.

Ambos elementos, la cruz como fe común y la consanguinidad, aparecen destacados en sus lienzos o mapas de conquista, tanto en el pacto entre hermanos de sangre –y de fe, la cruz en el centro- como en la diferente coloración de la piel de unos indígenas (emparentados con los hijos del sol, como se consideraba entonces a los españoles, descendientes de Ketzalcóalt) y otros, de tez más oscura, los que no eran mexicanos.
Esta diferenciación no es racista, sino simbólica. También se diferencian de sus enemigos por el uso de armas e indumentaria característica de sus aliados españoles, aunque siguieran adornándose con plumas y pintura tradicional. En esto son muy realistas.

Cualquiera que haya leído las crónicas de Bernal Díaz del Castillo verá que eran dos puntos de vista coincidentes sobre los mismos hechos. Y verá también que el cristianismo fue adoptado de modo natural, como resultado de sus propias creencias previas en profecías que tenían mucho que ver con el cristianismo.

“Entretanto, los tlaxcaltecas, vueltos a su pasado, revelaron a los españoles la profecía de quetzalcoatl, “ídolo en quien ellos tenían mucha devoción”, que les había dicho “que venían hombres de las partes de donde sale el sol y de lejos tierras, a les sojuzgar y señorear”. Añadieron, según cuenta Bernal Días, “que si somos nosotros, que holgarán dello, pues tan esforzados y buenos somos, y cuando trataron las paces, se les acordó desto, que les habían dicho sus ídolos y que por aquella causa nos dan sus hijas, para tener parientes, que les defiendan de los mejicanos”. Cortés, con su cautela habitual, permaneció tan cercano como le fue posible a la costa de los hechos, contestando tersamente: “que ciertamente veníamos de donde sale el sol, y que por esta causa nos envió el Rey nuestro señor a tenelles por hermanos, porque tienen noticia dellos, y que plega a Dios que nos dé gracia para que por nuestras manos e intercesión se salven”. A lo que todos los españoles presentes dijeron Amén”.
En otra entrada, me he referido a esta aceptación natural del cristianismo en Japón y en África, antes de que el racismo y la esclavitud destrozaran ese continente. Tampoco en la América colonizada por los pueblos de la Península Ibérica se daba el racismo, o al menos no se daba más de lo ya existente en la América precolombina. Los españoles conquistadores podían ser clasistas (así lo era la época) pero no racistas. No olvidemos que muchos encomenderos emparentaron con las familias indígenas reales o descendientes de los antiguos caciques.
El sistema de encomienda hoy puede parecernos una barbaridad, pero en aquella época en la que, también en Europa, los trabajadores de la tierra tenían todavía una situación de servidumbre, no se veía como algo tan problemático. Era simplemente la mejor alternativa a la esclavitud que se estilaba en otras partes del mundo, y que los británicos y holandeses comenzaban a fomentar también en América, como estudio en esa otra entrada mencionada antes.

En las colonias españolas la esclavitud estaba prohibida por las leyes, por ser una práctica opuesta a las enseñanzas cristianas. Se hacía a escondidas de la ley, y provocaba las críticas de los religiosos, hasta que, finalmente, fue tolerada como práctica similar al sistema de encomienda. Sólo así pueden entenderse las palabras del padre Bartolomé de Las Casas, gran defensor de los indígenas, cuando acepta la utilización de esa mano de obra procedente de África para las plantaciones de caña y otras propiedades de las islas del Caribe. Se trataba de evitar el traslado de otros indígenas, alejándolos de sus lugares de residencia y de sus familias.

Especialmente en el Caribe, la población autóctona había desaparecido, más por causa de enfermedades (la gripe o la viruela eran letales para ellos) que por razones de conquista, pues los taínos eran bastante pacíficos. Todavía el mestizaje de las tres razas simboliza la realidad de Países como Puerto Rico, República Dominicana, Cuba o Brasil.
No hubo racismo institucional en todas estas colonias españolas y portuguesas mientras la Iglesia tuvo influencia para evitarlo (antes de la expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII y las desamortizaciones del XIX). Por el contrario, el mestizaje se defendió desde las más altas instancias eclesiásticas y gubernamentales, como puede verse en el enorme fresco que decora la Iglesia de la Compañía de Jesús en Cuzco, bendiciendo los matrimonios entre los dirigentes españoles y las princesas Incas, para ejemplo del resto de la población.
Hubo también excesos, y mucho mestizaje provocado por la violencia, como en toda conquista; pero no se puede hablar de racismo organizado en la colonización española y portuguesa de América. Pocahontas no era en el mundo católico la excepción, como ocurre en la cultura anglosajona y protestante; era la norma generalizada, y por esa causa, no era preciso crear un mito a partir del único caso de matrimonio mixto existente.

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