Guatemala ofrece sueños descoloridos y un tanto mustios. Hablando hace poco con una patoja (joven) de San Martín Jilotepeque me decía que cuando los jóvenes de su comunidad soñaban con un trabajo decente pensaban en ir a trabajar de meseros en el McDonalds o en el Pollo Campero de la cabecera departamental. El problema –me decía– es que para eso hay que haber estudiado, y además los puestos son muy pocos.
Las otras opciones de vida –que no sólo laborales– que hay alrededor son trabajar la tierra, cuidar los animales, trabajar de empleada doméstica o vender en el mercado. Por eso, tres de sus cuatro hermanos (una de ellas hermana) se fueron a Estados Unidos a buscar trabajo para “hacer sus cositas, su casa y mandarle dinero a mi mamá”. Todos se fueron siendo adultos según los cánones tradicionales, es decir, luego de cumplir 18. Sin embargo, el hecho de cumplirlos no lo hace a uno más responsable que cuando tenía 16 o 17 si sus condiciones no han variado significativamente. El corte de la edad es algo artificial y está sociológicamente más ligado al tránsito hacia la independencia como ser humano. “La juventud no tiene las mismas características ni duración en el campo que en la ciudad, en las clases altas que en los sectores marginados, en las sociedades modernas que en las tradicionales, ni entre hombres y mujeres”.
En Guatemala, los niños y los adolescentes inician sus vidas productivas a muy temprana edad. En realidad, según las Encuestas Nacionales de Empleo e Ingresos (ENEI), la tasa de ocupación de los niños de 7 a 14 años, se incrementó de 16.8 a 19.2 entre 2004 y 2012; así como se incrementó la de los adolescentes de 15 a 19 años de 44.7 a 47.4 en el mismo período de tiempo. Por supuesto que como se imaginan ya, este ingreso temprano al ámbito laboral es más pronunciado entre los niños (7 a 14) rurales (71%) e indígenas (59.6%). El caso de las niñas (28.9%) es distinto porque por las características de sus ocupaciones (hacer la comida, cuidar a sus hermanos o hermanas u otros oficios en la casa o en el campo) no quedan registradas en este tipo de encuestas.
¿A dónde quiero ir con esto? Quiero decir que el tema de la migración de niños y adolescentes es únicamente una extensión de la ausencia de posibilidades de soñar para ellos en este país. Como se ha dicho ya, la migración interna o internacional es una de las alternativas de vida para millones en este país. Medios de comunicación y familias extendidas (transnacionales) principalmente en Estados Unidos son fuentes de sueños más coloridos y atractivos. A veces, ni siquiera hay que imaginarse un sueño con juegos mecánicos ni luces de colores… para estos niños, el sueño es muchas veces dejar de ver a sus padres sufrir porque no pueden darles de comer a sus hijos a pesar de jornadas extenuantes… o que se levante de la cama su mamá, como le sucedió al niño de Chiantla que nos ha quebrado el corazón.
Hace unos años entrevisté por primera vez a uno de estos niños migrantes. El relato fue tan impactante que no sólo él lloró al contarlo, creo que todos los presentes tuvimos que apretar el corazón y a las más descuidadas se nos rodó más de una lágrima. Aún recuerdo a una de las compañeras tomar fuerte mi mano y hacerme un gesto reprobador por estar mostrando mis sentimientos ante la historia tan desgarradora. Lo desgarrador, no fue únicamente el viaje. Lo desgarrador fue el sentimiento de indefensión al haber sido aprehendido por la patrulla fronteriza, la sensación de fracaso que quedó en el chico por no haber logrado su sueño. Además, la vergüenza sufrida en la comunidad al regreso, la tristeza de sus padres, y la deuda que no pudieron pagar.
Ésa es la dura realidad. Estos niños no sólo tienen que reinsertarse en la escuela y ser productivos. Estos niños tienen que recuperar su capacidad de soñar. Al final del viaje está la esperanza, está lo que la gente se imagina como cercano al bienestar. ¿Y por qué no lograrlo?
Hay todo un entramado de instituciones públicas y privadas que pueden contribuir con ello. Es un tema de derechos humanos para atender la situación de emergencia, de asilo y refugio para quienes huyen de la violencia, es un tema de desarrollo para quienes la pobreza los ha expulsado, es un tema de interés superior del niño para quienes van en busca legítima de sus padres o madres.
Es un tema de país en realidad. Hoy son los niños migrantes, pero día con día son los niños lustrabotas, los jornaleros, los que pican piedra, son las niñas trabajando en casas particulares o cualquier otro pequeño que está fuera de las aulas por un tema de (in)justicias que se producen y reproducen.
Necesitamos proveer sueños dignos de imaginar para los y las niñas. Para los y las jóvenes. No hace falta hacer aquí un argumento ad misericordiam para pensar qué es lo justo.
Dejémonos de golpear el pecho y pensar ¿pero qué podemos hacer para ayudar?
Por Claudia V. López
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