viernes, 5 de agosto de 2011

El jardín del Edén.

En el Medio Oriente se le llama Midbar o Arabá, en hebreo, y Badiya, en árabe.
Aquí, en este teatro donde transcurren la acción y la pasión del mundo bíblico y donde la guerra entre los hijos de Sarah (la señora, la princesa, en hebreo) y de Agar (la extranjera, y por ende la esclava, que eso era) sigue ardiendo hoy al igual que otrora, se repitió una y otra vez ese enfrentamiento ancestral.
Los cultivadores de palmeras y los camelleros, los comerciantes pacíficos del zoco y los atrevidos criadores de cabras y mehara -plural de mehari, un tipo de dromedario-, fueron, en los escenarios alternos donde triunfa la frescura o domina la intemperie devorada por el sol, los agonistas de un antiguo drama. En efecto, este ancestral combate ha sido reiterado por los palestinos -que se proclaman descendientes de los cretenses fundadores de la ciudad de Minoah en la actual costa de Gaza- contra los israelíes.
Pero no es cierto que los filisteos sean los antepasados de los actuales palestinos pues aquellos invasores, tras terrible luchas, fueron acabados lenta e implacablemente por los hebreos, los habiru, ya por entonces (1200 a.e.c) establecidos en la Tierra Prometida.
Los palestinos actuales son árabes de pura cepa, y no otra cosa.
El oasis es la sombra, el reposo, la deliciosa posada de sociabilidad y descanso en medio de un espacio infecundo, asediado por un clima extremoso. Quien introdujo la palabra oasis en el idioma griego fue Herodoto. Este viajero y narrador, mitad veraz, mitad fabuloso, expresa en Los nueve libros de la historia, III, 26, lo que sigue: " Acerca de los ejércitos enviados contra los amonios lo que de veras se sabe es que partieron desde Tebas y fueron llevados por sus guías, siempre atravesando arenales, hasta la ciudad de Oasis [...] distante de Tebas siete jornadas y ubicada en una región a la cual los griegos, en su lengua, llaman Isla de los Bienaventurados..."
Herodoto considera al oasis como una ciudad, como una minúscula polis donde las relaciones interpersonales son intensas y permanentes. También lo califica Isla de los Bienaventurados, dadas sus condiciones excepcionales de ameno jardín en medio de un infierno de arena, aunque en este caso se trataba de una cárcel geográfica, de un sitio de destierro y no de una especie de Campos Elíseos.
El término oasis, como ya dije, no es griego. Es copto, y significa lugar donde hay frescura y agua, dado que sus componentes son ueh, techo, casa, sombra, y saa, beber. ¿Qué otra cosa desearía ver y disfrutar sino frescura y agua quien por pistas reverberantes atraviesa las dunas movedizas del erg, o los guijarros del reg, o las losas ardientes de la hammada, enceguecido por un sol asesino, golpeado por los granos de arena que levantan el soplo abrasador del simún, el khamsin o el harmattán- llamados así según el cuadrante del que soplan-, atormentado por la sed y el hambre, y por ende propenso a los caprichos del subconsciente que la Otra Realidad convierte en alucinaciones terroríficas ?
No en balde el demonio, el Seth Amentet de los egipcios, se refugiaba en los desiertos, allí donde las tentaciones de la carne del Yétzer ha-rá y los malignos ofrecimientos de los Shedim, los espíritus viles, martirizaron, como cuenta el mito, a Jesús, a San Antonio y a otros tantos eremitas que huían del mundanal ruido.
El Tentador, el Enemigo, el Enredador, llamado ya Beelzebú (Señor de las Moscas), ya Satanás( Obstaculizador, Enemigo), ya Lucifer( El Luminoso, el Brillante, el Ángel de la Luz), ya el Diablo, ya el Demonio, ya el Angel del Abismo, ya el Príncipe de la Potestad del Aire, ya el Rey de este Mundo, entre las decenas de denominaciones provenientes de distintos idiomas y culturas, tiene por dominio propio el desierto. No olvidemos que en latín la voz desertum denomina al reino de la soledad y que desertus quiere decir abandonado.
El desertor que abandona sus obligaciones en la ciudad o en la aldea y se interna en el campo crudo, de espaldas a la civilización, queda librado a sus propias fuerzas. Al convertirse en un matrero del "nosotros , el que deserta y gana el desierto - todo un juego de palabras - se desentiende del grupo humano al que pertenece y de las responsabilidades que éste le impone. De tal modo busca en la vida solitaria, en la lejanía deshabitada donde se dilata el horizonte, una forma de morir, y quizá - no todos los rebeldes son réprobos - otra de renacer.

Fuera del Paraíso
La expulsión sufrida por la pareja transgresora del Jardín de las Delicias pintado por el Bosco, el tees tryphes como se le llama tambien al Paraíso en la versión griega de los Setenta - que la Vulgata latina convierte en paradisum voluptatis - nada tiene que ver con el abandono voluntario sino con una sanción divina. Adám y Hawaah (Eva) luego de haber comido el fruto prohibido del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, aunque no se les negó el del Árbol de la Vida, el dador de la inmortalidad, que al cabo en esa región no era otro que la palmera, son arrojados al adâmâh, al polvo de una desolada comarca donde los condenó el Dios Todopoderoso: al uno, a ganar el pan con penuria corporal, y a la otra, a parir los hijos con dolor y a sufrir toda la vida, sujeta al dominio del macho, y a ambos y su descendencia a la inevitabilidad de la muerte.
Detrás de los límites del benéfico jardín donde la Edad de Oro desplegaba sus dones -ni lucha por la existencia, ni enfermedad, ni hambre, ni coito (recién en Génesis 4 se dice literalmente que "Adam penetró a Eva, su mujer") ni corrupción del cuerpo ni abyección del espíritu - aguardan las acechanzas del Edén, los peligros del desierto, los agujeros negros del desamparo. En la beatitud del Paraíso, donde la inocencia anonadaba los sentidos, no cabía el amor carnal entre el hombre y la mujer creados por YHWH (en el hebreo escrito no hay vocales).
Cuando se produce el descubrimiento del Bien y del Mal instigado por la Serpiente sobreviene la expulsión de la pareja infractora, y, a partir de ese momento catastrófico y a la vez incitante, comienza el vaivén entre el reto de la naturaleza y la repuesta del hombre, quien pone en marcha al pensamiento, al sentimiento, a la voluntad, al trabajo y, por ende, a la historia. Solo el intrépido amor del Varón (is) y la Varona(issa) - el total, el entero, el que va desde la piel, "lo mas profundo del hombre" según Valery, a la más recóndita entraña, y que desde allí regresa a la superficie de la cotidianidad donde dialogan el Eros griego con la Caritas cristiana el Amor, sin más -, solo esa estrategia del alma, repito, será la única defensa posible del Tú y el Yo, mancomunados en un mutuo entendimiento, para ponerse a salvo de la ferocidad del mundo, para inaugurar la casa de la ternura en una tierra arrasada por la adversidad y la muerte.
El amor es el oasis de las almas en el desierto moral donde impera la agresión física y anímica del Otro. El amor es el valeroso recurso al que apelan los corazones para hacerle frente a las fuerzas hostiles que amenazan y a la vez templan la combatiente condición humana. En el mundo exterior al Paraíso, entre otros desvalores, será inaugurado el imperio de la envidia, la mentira, el egoísmo y la soberbia. Y sobre todo, triunfará El Poder respaldado por la fuerza y el orgullo. Caín, el agricultor, mata a su hermano Abel, el pastor.
O, yendo en busca de la historia: el neolítico, escenario de la agricultura y la ganadería de la aurora, la cerámica y el tejido, la vida sedentaria y la esclavitud de los más débiles, el entronizamiento del hombre y la minusvalía de la mujer, culminará con el advenimiento de la ciudad la primera, la de Enoch, la construyó Caín- , y, lejos de ella, los pastores seguirán tras sus rebaños en las soledades de las praderas subdesérticas. Hoy, en el conflicto israelí-palestino siguen chocando las mentalidades de los ciudadanos y los pastores, la ilustración urbana contra la sagrada prepotencia del fundamentalismo religioso, esa fanática encarnación del espíritu nomádico y rapaz.

Flores y espinas de la historia
Varias generaciones después de la expulsión de Adam y Eva, al extenderse la mancha demográfica de la humanidad pecadora , sobrevendría el Diluvio para purgar al mundo de la ignominia de los hombres. Solo sobrevirán los elegidos, esto es, los animales sin malicia, integrantes del reino natural de la fauna, y las pocas gentes fieles a la palabra de Dios, a cuyo frente estaba el patriarca Noé y su familia.
Como antes advertí y ahora repito nada se dice de la flora, que Noé no cargó en el arca mítica, y que , bajo las aguas, no habría podido sobrevivir. Claro está que este primer genocidio desatado por la ira divina deja muy mal paradas a la misericordia y caridad del Creador que, historia adelante, desatará matanzas, hará degollar niños y reventar inocentes, sean estos los antiguos fieles transgresores de La Ley, sean los infames idólatras de imágenes y piedras, sean los que cierran el paso a la Tierra Prometida.
Actualmente nos hemos quedado sin Paraíso, sin Noé, sin Arca y sin la inocencia de los niños mancillados por los pederastas clericales: el "eclipse de Dios" está acabando con la religiosidad de Occidente, aunque Él, que no es un artesano ocioso sino un Señor Providente, según la Biblia, atiende con misericordia el ruego de sus imperfectas criaturas. Perdidos en la selva de nuestras malas conciencias, atormentados por hybris, la desmesura, y orgé, la cólera, solo nos resta desencadenar la guerra nuclear como supremo recurso de expiación colectiva, previa la bendición del Señor de los Ejércitos, que cada bando en pugna invoca a su manera y reclama como propio.
De tal modo caerán en una sola redada los crímenes perpetrados por los poderosos y las sevicias padecidas por los miserables. Y cuando la humanidad se autoelimine, cegada por el odio, aguijoneada por la locura, herida por la violencia que por igual aqueja a los gendarmes del mundo y a los falsos profetas de viejas y nuevas religiones, para siempre reinará el desierto.
Pero no nos adelantemos y volvamos a un tema que, si bien parece ser cosa del pasado, por igual atañe a los días que corren: no podemos evadirnos de nuestra residencia en la Tierra, de nuestro cronotopo humano. Siempre vivimos en un eterno presente, siempre somos contemporáneos y coetáneos de nuestra peripecia colectiva, sea en Magog, la " comarca de las tinieblas , donde residían los escitas descendientes de Jafet, como enseña el Génesis, sea al pie de las difuntas torres gemelas de New York.
El uroboros de la historia, sin pausa y con prisa, se ha devorado y se devorará a sí mismo, juntando la cabeza con la cola, desde el origen hasta el fin de nuestra especie.
Uno de los azotes, consustancial a todo espacio sin fronteras, es el de la rapiña, el ataque, la razzia.
Así se denomina en Argelia lo que los árabes llaman ghazia, algarada guerrera (al- ghazi, es el conquistador) llevada a cabo por los bandoleros de la temible trastierra, el "afuera" donde no funciona la protección del hermano, del amigo o del vecino. En el desierto viven los leones y en el oasis los zorros, según el símil zoologizante de Pareto, el viejo sociólogo italiano del cual ya nadie se acuerda. Los unos son hábiles en el combate a mano armada, los otros en la bilateralidad mañosa de la compraventa, en el juego del regateo, en el arte de la palabra meliflua, y también en el arte, donde los ocios conversan con los símbolos.
Según relatan los cronistas españoles las zonas áridas del México antiguo ocupadas por los chichimecas, los bárbaros del norte, se denominaban " tierras de guerra". En el hábitat de los civilizados aztecas, la meseta de Anahuac, dedicada a la agricultura, se extendían las cultivadas e irrigadas " tierras de paz".No le demos fe a esta engañosa taxonomía. Los miles de corazones arrancados para calmar la sed de divinidades terribles solo daban cuenta de la paz de los sepulcros.
Estas vísceras, extraídas a filo de obsidiana , constituían el botín de las guerras floridas emprendidas contra los tlaxcaltecas para conseguir carne humana, alimento de los sangrientos rituales.
Después de haber llevado a cabo su genocidio, los españoles no debieron escandalizarse demasiado ante los sacrificios humanos impuestos por sus vencidos. Estaban a mano.
Bárbaros y cristianos invocaban por igual el auxilio y bendición de sus dioses. Recuerdo un emblemático dicho de Ruy López de Villalobos, cuando la conquista de México, al que los invasores españoles convierten en La Nueva España: Hagamos diligencia para que en nuestro oficio, matando e hiriendo, enderecemos nuestras acciones a hacer esto en defensa de la Fe de Nuestro Señor Jesucristo para que en su favor y en su servicio, a lanzadas y cuchilladas, nos ganemos el cielo .
El nómada, el que va tras los herbazales para alimentar a sus ganados famélicos -nómada deriva del griego nomás, el que camina tras las pasturas- es un ser desarraigado y errante, pero al cabo es un señor. Un señor del espacio terrestre y del tiempo histórico, un señor de su cabalgadura y de los rumbos de su voluntad y, sobre todo, un señor de los pacíficos apeados.
El agricultor, el artesano y el mercader sedentario, el patán, esto es, el que va a pata, a pie, desde siempre han sido subyugados por el jinete o por el camellero que les imponen tributos y servidumbres. Ya en los desiertos, ya en las comarcas agrícolas, tanto el beduino como el mongol, o el huno, o el jenízaro, conquistaron los centros poblados, los ocuparon, los saquearon, y, a veces, se instalaron para ejercer el mando en aquellos refugios dulcificantes, donde la vida era muelle y refinada.

Allá abajo, en el oasis
Cuando desde un helicóptero o un pequeño avión volando a media altura se contempla un oasis sahariano en los instantes que preceden al amanecer, el panorama de allá abajo, iluminado por una rasante luz lechosa, revela los contrastes existente entre un cuadro minúsculo y un marco inmenso. Por un lado, la mancha de verdor en medio de las arenas hace pensar en el ombligo viviente de un cuerpo cadavérico, momificado por la sequedad del aire, insepulto en un cementerio de rocas erosionadas y arenas insurgentes.
El oasis, en verdad, es un escándalo de la vida abundante concentrada en un punto del vasto territorio donde alienta la vida escasa de una flora y una fauna a la defensiva, apenas perceptibles, cuando no ausentes , como sucede en la epidermis salinas del chott o en el interior de los terribles tanezruft. Con este último nombre los imoshagh (los nobles, los libres) designan a las extensiones yermas, azoicas, del Sáhara argelino. Estos pastores que habitan en tiendas rojas y portan velos azules son llamados despectivamente tuareg (salteadores extranjeros, bárbaros que hablan otra lengua) por los árabes, quienes también los denominan mulithemin, (los del rostro cubierto por un velo).
Al cabo, el oasis configura un micro-universo donde, oprimidos por un anillo de palmeras, a veces muy espeso y extenso, se apretujan los cubos enjalbegados de las casas, los oscuros bosquecillos de árboles frutales, los macizos aromáticos de los jardines, los paños multicolores del sukh, (zoco, mercado), los ojos apenas entreabiertos de los hassi ( pozos de agua), el descarnado minarete de la mezquita y, en medio de todo y alrededor de todo, el laberinto de las calles que no son tales sino dédalos por donde discurren los actores y espectadores del diario vivir.
En torno de esa isla perdida en el mapa y a modo de antítesis se dilata un océano de arena cuyas olas inmóviles, tersas, impecables, amenazantes, recorridas por los fantasmas nocturnos que habitan el iguidi (movimiento, alusión a las arenas voladoras), se pierden en la lejanía. Entonces el oasis, insignificante en su tamaño, comparado con tanta grandeza infecunda, con tanta soledad rencorosa, cobra el significado de un símbolo. Es nada menos que el testimonio del talante testarudo, del impulso colonizador, propio del empecinamiento humano. Su lema tal vez pueda ser el del alpinista recordado por Toynbe: j´y suis, j´y reste.

La dialéctica de Abenjaldún
La dialéctica sociocultural de la pareja desierto - oasis fue descripta e interpretada por el historiador tunecino Abenjaldún en el siglo XIV, según resulta de su admirable libro Al - Muqaddimah, o sea Introducción a la Historia Universal, que hoy ya nadie lee en estas épocas mal llamadas posmodernas, manipuladas por una información mediática que acabó con aquella formación (Bildung) enderezada hacia el recto conocimiento de los seres y de las cosas.
Y no debe callarse -esta es una buena ocasión- la denuncia a ciertos delirantes sectores de nuestra sociedad occidental que rinden culto a la subjetivización .
Estos gestores de lo que llaman nuevo pensamiento y nuevo léxico están representados por la gramatología de Derrida, Deleuze, Guattari y otros sumos sacerdotes de la confusión. Estos seudo intelectuales y prolíficos embaucadores han hecho un mal inmenso a los psicólogos y psicoanalistas catequizados por la proliferación de rizomas , campos de experiencia , ecosofías , microrredes , degenerescencias , mesetas y otras exhalaciones mefíticas de un lenguaje incongruente, plagado de neologismos deliberadamente incrustados en el discurso, quizá pour épater le bourgeois.
Lo triste, lo patético de esta descarada ostentación de irracionalidad, es la existencia de una numerosa clientela académica que, por fas o por nefas, ha adoptado la terminología indescifrable de unos remendones hechiceriles de la mente que heredaron y ampliaron la jerga lacaniana. Felizmente, no todos los integrantes del gremio le siguen la corriente a esos disparatados embaucadores, o bromistas.
Y al decir esto recuerdo al fabricante del Hombre de Piltdown, el inefable Conan Doyle, que todavía se debe estar riendo en su tumba de aquel embuste tomado en serio por los paleoantropólogos.
Sospecho que cuando se reúnen en seminarios y congresos estos inventores de oráculos, que ellos se encargan de traducir en términos abstrusos y ridículos, sucede lo que Horacio decía de los augures romanos: Cuando están juntos, se miran entre sí y se ríen .
Pero volvamos a nuestro tema. Los aguerridos hombres del desierto invaden y ocupan los oasis hasta que la vida regalada los adormece, y allí, trocando la flacura ascética por el vientre ahíto, se dejan ganar por el lujo y la lujuria, o sea el ejercicio lujoso de los sentidos, y al final se quedan, olvidando las antepasadas costumbres marciales del pequeño esfuerzo , el yihad de la espada. No obstante son incapaces, la mas de las veces , de emprender el yihad del gran esfuerzo , de la batalla que expulsa el rescoldo titánico que ensucia el alma humana.
Con el tiempo vendrá otra tanda de guerreros desde la lejanía ardiente a ocupar el paisaje volcado hacia adentro donde, gracias al hombre, se yerguen las palmeras, cantan las fuentes y florecen las rosas. (¿Quién podría, me pregunto, olvidar las del oasis argelino de al - Golea, aquellas recatadas y a la vez orgullosas reinas del desierto?).Y cuando esto suceda los invasores, en su turno, sucumbirán de nuevo ante el hechizo de una existencia adocenada y sensual, aunque no exenta de pensamiento y pasión creadora.
Así eran las cosas en la época de Abenjaldún y ahora tampoco son muy distintas, aunque los nombres de los lugares, de los protagonistas, de las estrategias de combate y de los argumentos en pro de la guerra y en pro de la paz hayan cambiado con el paso de los siglos.
Siempre habrá nómadas que conquistan y sedentarios conquistados, siempre audaces que atacan y timoratos que se repliegan, siempre alabanzas para el político, el nómada del poder que atropella y procura adueñarse, en el mejor de los casos, del apoyo popular, y siempre elegías en el oasis de la biblioteca donde, inerme, desarmado, cautivo del espíritu sedentario, el quejumbroso intelectual que se autodenomina apolítico fustiga la osadía de los audaces, la acción los pragmáticos y el poderío de los fuertes.
Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta.
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias