martes, 24 de mayo de 2011

El Factor Dios - José Saramago

En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados.Los hombres eran rebeldes.

En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero.

En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras.

Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.

Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta.

En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda.

El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta.

El horror dijo por primera vez 'aquí estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado.

Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda- de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura.

Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar.

Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios.

Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana.

Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real.

A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir.

Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel.

Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente Links sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.

Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia.

Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella.

No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones.

Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.

Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del `factor Dios´. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose

 

El Factor Dios - José Saramago


Filosofia ProyectoSofia, el Lunes, 23 de mayo de 2011 - Uruguay.

http://filosofiauruguaya.spruz.com/

lunes, 23 de mayo de 2011

Una "favelización" a la uruguaya.


La medida no deja de ser polémica. Sobre todo proviniendo de un gobierno de izquierda. Pero la decisión del Ministerio del Interior de lanzar "operativos de saturación" en zonas conflictivas de Montevideo representa la primera muestra real de que el gobierno ha decidido tener una actitud más activa en el combate al delito. Y, más allá de los magros resultados en requisas y procesamientos, y la discutible legalidad de algunas detenciones "al voleo", la reacción de los vecinos parece positiva. Aunque más no sea como una forma de mostrar la presencia del Estado en zonas que ya lucen peligrosamente parecidas a guetos liberados para criminales.
El ministro Bonomi alertaba del fenómeno hace poco. "Se está dando un proceso de feudalización en barrios de Montevideo y el litoral, donde la delincuencia busca correr a la Policía". Ese incipiente fenómeno se explica por dos factores fundamentales; el crecimiento de los asentamientos irregulares, y la explosión del consumo de pasta base.
Es que con sus callejuelas y pasajes estrechos, la alta marginación e informalidad, tasas de natalidad que triplican al resto de la sociedad, los asentamientos son el caldo de cultivo perfecto para crear estos guetos delictivos. Barrios en los que una minoría de malvivientes, ante la ausencia del Estado, termina imponiendo su voluntad a una mayoría de población honesta y trabajadora
Pero ¿cuál es la magnitud y extensión de este fenómeno? ¿Cuáles son las causas de su expansión? ¿Qué se hace para enfrentarlo?
En Uruguay hay unas 260 mil personas que viven en asentamientos irregulares. Un fenómeno que tuvo su pico en la década de los 90, motivado por los altos precios de las viviendas, las dificultades del mercado formal de alquileres, y las crisis económicas. Sin embargo, el mismo no se ha visto resentido por el aura de prosperidad actual. Según datos oficiales, entre 2008 y 2010 se construyeron 3 mil nuevas viviendas en asentamientos, a un ritmo de cuatro por día.
Casi el 60% de los asentamientos se encuentra en Montevideo, y lejos de la percepción popular un 78% de las viviendas allí existentes son construidas con materiales sólidos, como bloques y ladrillos. Se trata de un mercado de vivienda paralelo que en 2008 se calculaba que movía más de 25 millones de dólares por año. Un estudio de la ONG "Un techo para mi país" revela otros datos que dan una idea del panorama de marginalidad allí existente. Más de la mitad de los asentamientos está construido en terrenos públicos, el 56% de los hogares está "colgado" a la luz. Solo el 70% accede al agua potable, y un 14% tiene saneamiento. Otro dato revelador es que para los pobladores la seguridad es la principal preocupación, ya que en la gran mayoría de los mismos la comisaría más cercana se ubica a más de 10 cuadras de distancia.
En una entrevista el año pasado con el suplemento Economía y Mercado, el arquitecto Federico Bervejillo, experto en desarrollo urbano, hablaba sin medias tintas de un "proceso de favelización" en el área metropolitana. Al punto que, sostenía, Montevideo es hoy tres ciudades en una. La primera en la faja costera, donde se aglutina la clase media, otra intermedia y de mayor integración social (Cerro, La Teja, Unión, etc.), y una "tercera ciudad" que concentra cada vez más la pobreza, y abarca las áreas en las que predominan asentamientos irregulares y algunos barrios que viven un proceso de decadencia. Estas zonas, afirmaba el experto, "están marcadas por el alto dinamismo demográfico que contrasta con las carencias de servicios, y otros factores como la influencia del narcotráfico, la inseguridad y la pérdida de la calle como un espacio público confiable". Un dato interesante que marcaba Bervejillo, y que va contra muchos preconceptos, es que la población de los asentamientos está aumentando más por los nacimientos que por la afluencia de migraciones. Y que el crecimiento demográfico en la capital se da principalmente en esas zonas periféricas. Algo que explica en gran medida lo que algunos dan en llamar el "proceso de infantilización de la pobreza" que vive Uruguay, donde un porcentaje altísimo de los niños nace en los hogares más carenciados. Dato que pinta un panorama aun más complejo para el futuro.
Otro tema interesante es que el clientelismo político no ha estado ausente en la proliferación de asentamientos. Hay estudios que muestran que las tomas de terrenos aumentan en períodos electorales, y que hay redes políticas que son funcionales a esas tomas al transmitir información sobre qué predios son municipales o cuáles no están al día con los tributos.
Una cosa es clara. No todos los asentamientos son "zonas rojas", pero casi todas las "zonas rojas" están en asentamientos. Eso genera un doble problema para la gente que allí vive, ya que además de soportar las condiciones de marginalización social y espacial, deben convivir con núcleos de delincuentes que se amparan en la ausencia del Estado. Por otra parte, el imparable crecimiento de estos barrios, pese a la mejora de la economía, a los millones invertidos y a las decenas de programas existentes para su regularización, deja en claro que algo no se está haciendo bien. Y que si no se rectifica el camino, el panorama a futuro que este fenómeno augura para la sociedad uruguaya no parece muy auspicioso.
La cifra.
En el año 2010 había 256.958 uruguayos viviendo en asentamientos irregulares, 5 mil más que en el 2008.
La frase.
"Se está dando un proceso de feudalización en el país y en particular en barrios de Montevideo y en el litoral, donde la delincuencia busca correr a la Policía". (Ministro Eduardo Bonomi).
El dato.
Un 21,4% de quienes viven en asentamientos utiliza habitualmente internet.

El País Digital
Martín Aguirre