miércoles, 11 de abril de 2012

En busca de un lugar bajo el sol.


Sobre el derecho de migración en un mundo globalizado.-

El exilio, entendido ampliamente, siempre ha sido considerado en un sentido doble y antagónico: como experiencia traumática y pérdida del lugar (tanto geográfico como simbólico) al que uno pertenece, y como experiencia positiva que permite la posibilidad de un nuevo comienzo. De alguna forma ambas miradas sobre la realidad del desplazamiento se tiñen de tonos distintos según se aspire a la tranquilidad y la seguridad del hogar o a la universalidad y novedad del cosmos.

Esta mirada bifronte sobre el desplazamiento exige que una reflexión equilibrada sobre éste deba tener en cuenta tanto el deseo de las personas concretas a abandonar su lugar de origen como su deseo a preservar ese lugar y a protegerse de las circunstancias que le impelen a abandonarlo. El derecho de migración debería recoger ambos deseos a la hora de exponer y defender el derecho de todos los seres humanos a desplazarse libremente y a pertenecer a una comunidad política. Ese derecho a pertenecer a una comunidad política, es decir, a ser un sujeto de derecho en todo lugar se dispone como estrato superior jerárquico capaz de legitimar ambas concreciones de sí mismo. De esa forma sería compatible reivindicar tanto el derecho a desplazarse libremente como el derecho a permanecer en la comunidad política de origen al colocarse ambos derechos como instancias de ese derecho a pertenecer a una comunidad política o derecho de membresía.

Este planteamiento coloca a la noción de condición humana como fundamento de la reflexión sobre el derecho de migración, en tanto que derivado, del derecho de pertenencia. De este modo esta propuesta intenta sustraerse de la dicotomía entre ser humano y ciudadanía e intentar así zafarse del alcance de la noción se soberanía. Hago mío en este punto el razonamiento de Ermanno Vitale según el cual en lugar de mantener en vigor la noción de ciudadanía y abogar por la flexibilización de las condiciones de acceso a ella, sería preferible trabajar con la intención de asumir de un modo radical la convicción según la cual la mera condición humana, tomada como fundamento, es capaz de legitimar el derecho a tener derechos de cualquier ser humano se encuentre donde se encuentre. La institución de la ciudadanía presupone necesariamente la distinción entre aquellos que son ciudadanos y quedan incluidos en el régimen jurídico de la comunidad política y aquellos otros que son excluidos del mismo. Una distinción que parte de una concepción de la realidad dividida territorialmente en distintos regímenes de sentido, la visión de un planeta en el que encontramos distintos mundos.

A día de hoy esa visión territorializada de esa forma parece carecer de correlato real. No es posible pensar en nuestros días las divisiones territoriales según los términos binarios de la relación dentro-fuera. Ya no hay un afuera genéricamente distinto puesto que lo excluido de la realidad, lo otro respecto del orden del sentido a quedado englobado en el seno de nuestras categoría para concebir el mundo una vez que el proceso de globalización ha hecho coincidir los confines del mundo y el sentido con los confines del planeta. En ese contexto la idea de una ciudadanía, derivada de la nacionalidad sirve menos que nunca para arbitrar una reflexión que intente dar cuenta de ese proceso de interiorización del afuera, del margen y lo marginal. Esta situación aconseja asumir de un modo riguroso la condición humana como punto inicial sobre el que articular una reflexión sobre el derecho de migración en tanto que derivado del derecho de pertenencia a una comunidad política, o lo que es lo mismo, como concreción de ese derecho a tener derechos.

Víctor Granado Almena (Universidad Complutense de Madrid)
http://www.madrimasd.org/blogs/migraciones/2011/05/30/131745#more-131745

Los héroes latinos que estuvieron en el Titanic.

En la cubierta del navío, unos valientes caballeros latinoamericanos eligieron pasar su última noche, la del 14 al 15 de abril de 1912, escuchando los acordes que tocaba la orquesta mientras el lujoso transatlántico se hundía frente a las costas de Terranova.

Entre los más de 2.000 pasajeros que viajaban a bordo del Titanic, figuran varios de la región, cuatro de ellos, de origen español, que murieron haciendo gala de su caballerosidad y valentía.

El mexicano Manuel R. Uruchurtu, el argentino Edgardo Andrew, y los uruguayosRamón Artagaveytia, Francisco Carrau y José Pedro Carrau integran la lista de los latinos que embarcaron en el Titanic, tal y como confirmó a la agencia de noticias EFEuna vocera de Musealia, empresa que organiza la muestra Titanic, the exhibition.

La Enciclopedia Titánica también registra a la camarera argentina Violeta Jessop, quien logró sobrevivir al naufragio, y a Servando José Florentino Ovies y Rodríguez como cubano, pero otras fuentes apuntan que era un asturiano que vivía en La Habana.

La tragedia del viaje inaugural del famoso buque, que zarpó del puerto inglés deSouthampton y nunca llegó a Nueva York, mostró todos los aspectos de la condición humana, desde la más extrema generosidad hasta la mezquindad más deplorable.

Entre los comportamientos ejemplares destaca el del único mexicano que viajaba a bordo: Manuel R. Uruchurtu, de origen vasco, un político nacido en Hermosillo, miembro de una familia pudiente y destacada del noroeste de México.

La noche en la que el Titanic chocó con el iceberg, Manuel fue subido al bote salvavidas número 11, gracias a su estatus de diputado en visita oficial en Francia. Entonces -según recuerda en un artículo un pariente suyo, Alejandro Gárate Uruchurtu, miembro de la Sociedad Histórica del Titanic-, apareció la inglesa Elizabeth Ramell Nye, "quienimploró ser incluida en el bote salvavidas, alegando que su esposo e hijo lo esperaban en Nueva York".

Uruchurtu cedió su lugar a la dama y, a cambio, le pidió que visitara a su familia en Veracruz para contarles su destino.

En 1924, Elizabeth cumplió su promesa y viajó a México para encontrarse con la familia de Manuel. No obstante, tiempo después, se descubrió que ella había mentido, ya que ni estaba casada ni tenía ningún hijo, según el artículo de Gárate Uruchurtu.

También tuvo una actitud caballerosa el argentino Edgardo Andrew, oriundo de Río Cuarto, e hijo de ingleses, quien a los 17 años se fue a estudiar a Inglaterra. Un año después, Andrew escribió a su enamorada Josey diciéndole que no la podía esperar en Inglaterra porque se iba a EEUU en el Titanic, según una investigación publicada hace unos años por el diario Clarín.

La premonitoria carta de Edgardo, dice en su tercer párrafo: "Figúrese Josey que me embarco en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada orgulloso, puesen estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano".

Después de que el barco chocara con el iceberg en su cuarto día de navegación, Edgardo salió de su camarote al pasillo y se encontró cono Winnie Trout, quien sobrevivió y fue una voz fundamental para los historiadores, según cuenta el periódico argentino.

Cuando comenzó a hablar en público de la tragedia, casi 40 años después del accidente, Winnie confirmó la versión de los familiares de Edgardo de que el pasajero argentino tenía colocado ya su chaleco salvavidas y viéndola a ella desesperada, se lo cedió para después arrojarse al mar.

Quien sí logró sobrevivir al hundimiento del Titanic es la camarera argentina Violeta Jessop, quien además fue testigo de los accidentes de otros dos de los mejores transatlánticos de su época, todos de la naviera White Star Line.

Violeta, nacida en 1887, en Argentina, de padres irlandeses, pertenecía a la tripulación que sobrevivió a la colisión en 1911 del Olympic con el vapor Hawke, y en 1916 se salvó del hundimiento del Britannic.

En sus memorias, Violeta cuenta que desde el bote salvavidas vio el hundimiento del Titanic y cómo soportó ocho horas de angustia hasta ser rescatada por el Carpathia. "A medida que el bote descendía, un oficial me dio un bebé para que lo cuide. Y me arrojó un bulto al regazo", contó ella, aunque jamás supo quién era ese niño.

Otra historia asombrosa es la del acaudalado uruguayo Ramón Artagaveytia, descendiente de vizcaínos y que cuarenta años antes se salvó del naufragio del vapor América en el Río de la Plata.

Como pasajero de primera clase, Ramón tenía derecho a una plaza en uno de los botes salvavidas. Sin embargo, decidió no subirse al bote y fue visto por varios pasajeros en la cubierta del barco junto a otros dos paisanos, los Carrau.

Las últimas horas de Artagaveytia concluyen con un enigma. Cuando identificaron su cuerpo, se halló entre sus ropas un reloj de bolsillo, con sus agujas fijas en una hora diferente a la del naufragio (02:25 horas).

Según cuenta Josu Hormaetxea, autor de Pasajeros del Titanic: el ultimo viaje de Ramón Artagaveytia, "su reloj estaba parado a las 5 de la mañana; eso significa queestuvo a punto de volver a engañar a la muerte, ya que los equipos de rescate a esa hora ya habían llegado".

Los Carrau, Francisco, de 28 años, y Jose Pedro, de 17 años, que según algunas versiones eran primos y otras eran tío y sobrino, embarcaron en Southampton en el Titanic en un camarote de primera clase, según la Enciclopedia Titánica.

La familia Carrau, de origen catalán, fundó una de las compañías más antiguas de Uruguay, Carrau & Cía, que en la década de 1910 ya estaba "fuertemente consolidada en el mercado contando como engranaje básico a Francisco Carrau Rovira", según la página de Internet de la empresa.

Junto a ellos, fallecieron decenas de héroes, como el capitán del Titanic, Edward Smith, quien dirigió el abandono del buque y luego se encerró en el cuarto de derrota. Y los ocho músicos de la orquesta del Titanic, que pusieron música a una de las mayores tragedias náuticas de la historia.


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