miércoles, 2 de enero de 2019

“Creyeron en la buena fe y se encuentran atrapados en un limbo migratorio”



A un meses  del inicio de la Caravana Migrante, algunas y algunos migrantes,  en Mexico,  pasaron de refugiados a quedar librados a su suerte.

Ha pasado un mes cuando la primera caravana de migrantes centroamericanos se atrevió a desafiar la frontera sur. En ese momento la única opción viable,  que tuvo el gobierno mexicano para frenar las críticas a nivel internacional, por el carácter represivo con el que defendía la frontera sur, fue  mostrar un lado más humano. Su respuesta fue ofrecer y proporcionar el status de “refugiado” a quienes así lo solicitaran. Muchos y muchas migrantes al escuchar tal oferta, decidieron separarse de los grupos y se formaron para hacer cola en el paso fronterizo.

Ahora su realidad es muy diferente a como la imaginaron: han quedado estancados en la ciudad de Tapachula, primera gran ciudad con la que los migrantes comienzan a materializar el sueño de llegar más arriba. Creyeron en la promesa del Estado mexicano que obtendrían esa protección,  que no tuvieron en su país, creyeron en que tendrían el paso libre para transitar y continuar con su peregrinaje a Estados Unidos, creyeron en la buena fe de un país desconocido que se abría ante las dificultades que habían pasado.

Ahora que el paso de la Caravana se volvió una anécdota, es más común escuchar de las y los centroamericanos que cuentan su historia de abandono, burlas y maltratos. Los más afortunados han logrado recibir algo de ayuda monetaria y hasta han logrado dormir en habitaciones de hotel,  al no haber espacio en los refugios. Deambulan por la ciudad, esperando entender cuál será el siguiente paso a dar: quedarse en la ciudad, tratar de alcanzar a las caravanas por su propia cuenta, buscar trabajo, ahorrar dinero o simplemente dejarse vencer por las autoridades que están haciendo lo posible para que acepten la deportación voluntariamente.
Dunia Maribel Andino tiene 17 años, desde pequeña, abandonó el pueblo del Ocotal, de donde es originaria, y se fue a trabajar a Tegucigalpa como ayudante de cocinera. Se unió a la primera caravana hondureña junto a un grupo de amigos y amigas, con quienes solicitó la protección en México. Jamás se imaginó que pasaría días sin que le aclararan cómo estaría su estatus migratorio, a tal punto que ser menor de edad sin la compañía de algún pariente, le llevó a terminar en el local del Instituto Nacional de Migración (INM), quienes asumirán su cuidado temporal mientras ella, y otros menores cumplan con la mayoría de edad.
Rigoberto Pineda tiene 52 años y es un señor que ha visto y hecho de todo. En Honduras comenzó a agotar su esperanza de cambio luego que Juan Orlando Hernández se perpetuo en el poder. “Me vine con mi hijo menor en la Caravana. Cuando venimos a la frontera en grupo y ver la presión que hicimos, fue una gran emoción cuando logramos. Lo que nunca me imaginé, es que iba a pasar mis días como que estuviera enjaulado”.
Rigoberto guarda unos viejos billetes de lempiras que se encontró en el único pantalón que conserva. “Mire no vaya a ser el diablo, que se cansen de mí y me envíen de nuevo para allá. Más vale estar prevenido”.
Al no contar con la seguridad de alguna entrada de dinero fijo, los centroamericanos buscan vecindades donde se puedan costear la renta. En estas viviendas residen los más pobres y vulnerados de la ciudad.
Mesa improvisada con materiales abandonados de construcción que centroamericanos han habilitado para usar como cocina temporal.
Centroamericanos esperan firmar el listado que los acredita como solicitantes de ayuda humanitaria, en la esquina contraria a la oficina de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar).
Es común encontrarse la camiseta del equipo de futbol hondureño vistiendo a las y los que hacen cola para firmar. “Por andar así, es costumbre que nos griten “Huevones busquen trabajo, regresen a su país” y a mí me dan ganas de contestarle que no saben por lo que he pasado para estar acá y seguir resistiendo estas cosas que no son de dios” expresa un joven hondureño.
Tarjeta especial que brinda la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) a las personas que han logrado llenar los requisitos para ser acogidos como refugiados temporales. Dicha tarjeta da el derecho a gastar 3,000 pesos mexicanos al mes (un aproximado de $146 dólares). “La clave es sacar el dinero de un solo, porque si la vas usando varias veces, te bajan con porcentaje que te gana el banco”
Rigoberto Pineda y su hijo Erick Fernando de 17 años. “Este sacrificio que estoy haciendo es por él. A mí que me tiren en cualquier lado, pero él tiene que tener una mejor vida, esa que yo no pude tener”.
Marvin Vivas, disidente político nicaragüense,  logró escapar de la cárcel conocida como el “infiernillo” luego de haber sido acusado de terrorismo junto a líderes campesinos y manifestantes. Llegó días antes que la caravana, pero su situación migratoria es similar a la de miles de centroamericanos que solicitan protección por violencia estructural o política. Ahora se dedica a vender donas en la calle.
Rigoberto pasa sus tardes con la puerta abierta en la vecindad para lograr aguantar el calor que se acumula en el pequeño cuarto.

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