miércoles, 3 de abril de 2013

Todos iguales ante el amor.


Podríamos decir, temerariamente, del avance de la justicia y libertad. La lucha por la igualdad de derechos está directamente imbricada con la superación de discriminaciones, que no son declarativas, empeoran las condiciones materiales y subjetivas de vida de diferentes colectivos. La discriminación asesina, golpea y expulsa personas, excluye y cimenta las bases de una sociedad injusta.

Leyes más justas generan mejor democracia. Establecen un ethos. Tendemos a pensar que lo que está permitido por la ley es positivo, y eso permea todos los estratos de la sociedad, de allí la centralidad en avanzar en proyectos como el Matrimonio Igualitario. Nos harán más respetuosos de las diversas formas de sentir, y eso ya es positivo en sí mismo.

Se podría repasar todas las convenciones internacionales que apoyan el principio jurídico de igualdad ante la ley y el derecho a formar una familia de todas las personas sin distinción alguna[i], y veremos que hoy estos principios están heridos porque no somos todos iguales ante la ley por una discriminación de género o sexual. El Estado discrimina a las personas homosexuales, lesbianas, trans y queers no permitiéndoles acceder al matrimonio, como a las personas heterosexuales, es una discriminación institucionalizada

No sólo se trata del acceso a una institución como el matrimonio, se trata también de todas las obligaciones y beneficios que ella conlleva, muy diferentes a los establecidos en la Unión Concubinaria[ii].

Aquellos que dicen estar de acuerdo -con la idea- con el derecho a que dos personas se quieran, pero no a usar el sacrosanto término "matrimonio" olvidan lo que maravillosamente ha escrito Claudia Piñeiro "…las palabras nombran la realidad, nombran todo lo que existe, sea tangible como una mesa o intangible como un sueño. Pero el camino es de ida y vuelta, porque al nombrar, las palabras también construyen la realidad. O la niegan. (...) quien nos niega el uso de una palabra, nos niega también la existencia de lo que esa palabra nombra, y si esa palabra nos nombra a nosotros, entonces quien se apropió de ella nos reduce a lo que no existe." ¿Quién nos creemos para negar la forma de sentir de cualquier ser humano? ¿Quién para negarle el derecho a ser y acceder a los mismos derechos?

El Instituto Nacional de Estadística entiende que "La familia es una institución social sobre la cual se apoyan los procesos de reproducción biológica, parte de los procesos de socialización de los individuos y un conjunto de decisiones y estrategias económicas de las personas." Existe una diversidad enorme de composiciones familiares, no hay un modelo único y defino, y es nuestra obligación facilitar la continuidad de todas familias. Decíamos en la exposición de motivos: Vivir en familia es poner en común valores de reproducción social tales como el amor, el trabajo, el estudio, la crianza de los hijos e hijas, la solidaridad y todos aquellos que componen la vida y el entramando social, no tiene nada que ver con la sexualidad de los padres. Casos como el del joven Daniel Lezana quién escribiera una emocionante carta al senado argentino (abandonado cuatro veces por parejas heterosexuales y adoptado finalmente por una pareja homosexual) debería hacernos reflexionar en este sentido[iii]. Lo único que importa a la hora de la crianza es el amor.

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