miércoles, 7 de diciembre de 2011

Mi vida en la mara Salvatrucha.

Cuando Tulio Cruz, un inmigrante colombiano ilegal que vivía con su madre en Charlotte, Carolina del Norte, Estados Unidos, entró a séptimo grado de la escuela elemental su vida empezó a cambiar. "La gente empieza a mirar si uno es negro, blanco, latino…". La violencia entre grupos sociales y el sentimiento de inseguridad lo llevaron, cuenta él, a hacer parte de una de las pandillas más grandes y peligrosas del mundo: la mara Salvatrucha.

Las pandillas de afroamericanos lo asediaron los primeros meses, lo insultaron por ser latino, lo amenazaron. "La rivalidad entre latinos y afrodescendientes es muy marcada en los colegios públicos. Casi no hay blancos porque la mayoría estudian en privados. Uno sobrevive juntándose con los de su raza". Un día se le acercó un pandillero afro, lo empujó. "Maldito latino —me dijo—. Yo ya estaba cansado y le dije qué te pasa negro, y decirle negro a alguien de color en EE.UU. es peligroso. Fue mi primera pelea y me suspendieron unos meses".

Cuando volvió a las aulas las cosas habían cambiado. Lo abordó un salvadoreño llamado El Loco, que estaba lleno de tatuajes, andaba drogado y armado. "Se sabía que era de los pesados y me ofreció su protección, su ayuda, su amistad, cosas que yo necesitaba porque estaba cansado de las agresiones. Además me sentía solo porque mi familia, como era ilegal, trabajaba hasta las 11 p.m. todos los días. Pues gracias, le dije, sin saber en qué me metía".

Se metía en la mara Salvatrucha, la pandilla creada en Los Ángeles en los años ochenta por salvadoreños que llegaron huyendo de la guerra civil en su país, y que se ha expandido por EE.UU., Canadá, Centroamérica y España. Las maras ahora tienen cerca de 50.000 miembros en EE.UU. y 100.000 en el mundo y son catalogadas por el FBI como una de las organizaciones criminales más violentas de América. Cruz explica que la suya era la mara Salvatrucha 13 (MS-13), "el 13 significa sur: éramos todos sureños".

Su siguiente pelea con afroamericanos fue a otro precio. El Loco y la MS-13 lo apoyaron y se armó una gresca "con balacera, apuñalados y de todo". Desde entonces, Cruz empezó a andar con El Loco y otros latinos, que siempre iban armados. Con ellos probó la marihuana, la cocaína, el trago...

Un año después apareció otro salvadoreño, El Tigre, y le dijo que era hora de iniciarse en la mara. "¿Por qué?, le pregunté. Porque ya tienes mucha información y necesitas estar adentro. ¿Qué pasa si digo que no?, Te mueres, dijo". Entonces se inició.

La reunión, llamada "misa" en la Mara, se hace un día 13. A Suárez le tocó el 13 de abril de 2006, en un parque alejado a donde llegaron cerca de 200 pandilleros, entre ellos los cabecillas, que tienen entre 30 y 40 años. "Ellos preguntaron quién se va a iniciar. ¡Yo!, dije, emocionado, aún sin saber en qué me metía". La iniciación es así: "Uno se para en medio de un círculo de hombres que cuentan hasta 13, pero cuentan uno, uno y medio, dos, dos y medio… y durante esos 13 eternos segundos te dan una paliza, te revientan, sólo puedes cubrirte los genitales y la cara".

Tras la iniciación, le dieron marihuana y trago hasta que se le quitó el dolor. "¿Cuál va a ser tu apodo?", le preguntaron. "Biglocote", dijo Cruz, anestesiado.

Biglocote, miembro oficial de la MS-13, se fue a vivir a un "destroyer", una casa de "mareros", en un conjunto ubicado en Central Avenue, Charlotte, para no poner en peligro a su familia. Vivían 30 hombres en tres cuartos, pero nunca estaban todos. Siempre había 15 o 10 afuera, vendiendo droga, robando, "cobrando la renta".

Pronto empezaron las pruebas. La primera fue hacer una ráfaga, llamada drive by, que consiste en vaciar una Mini Uzi desde un carro, normalmente en una calle controlada por otras pandillas, no sólo de afrodescendientes sino también de latinos. "El problema entre pandillas ya no es racial, sino económico. Si uno le quita el negocio de la droga al otro, lo buscan para matarlo. Cuando vi la gravedad del asunto, era tarde para salirme. Si estoy adentro, voy a hacer que valga la pena, pensé".

Superada la prueba, recibió de la MS-13 un revólver calibre 22 y lo mandaron a robar carros. Las primeras tres veces acompañado de los que sabían. Luego con un grupo de principiantes para que él les enseñara. "Un porcentaje de lo robado es para la mara y el resto, supuestamente, para uno. Empiezas a tener dinero, y si te va bien llegas a tener mucho".

Cuando ya era conocido y tenía su "clica" (era líder de su propia camarilla), los líderes más altos metieron a Biglocote en los negocios fuertes de la organización: vender droga y "cobrar la renta" (extorsionar). "Al principio te dan cuatro onzas de marihuana. Una onza vale casi US$120. Te dan un plazo para venderla y dos principiantes para que te ayuden. Entonces volví al colegio, porque es el mejor lugar para vender. Hasta los negros me compraban".

Si no le respondía por las ventas a El Loco, que era su líder inmediato y que a su vez debía responderle al "mandamás" de Charlotte, lo castigaban con un "calentón" (el mismo ritual de la iniciación). Biglocote se ganó varios calentones, pero en el negocio le fue bien, "vendía casi dos onzas diarias, unos US$400. Entonces compré armas, un Camaro viejo, una camioneta Chevrolet Silverado, un Chevrolet Corsa... empezaba a tener lo mío".

Pero de repente apareció otra regla: lo que es de la mara, es de la mara. "Si uno tiene carro, el carro es de la mara, porque el dinero con el que lo compró es de la mara, porque uno es de la mara. Me quitaron uno de mis carros. Fue un golpe duro, pero como siempre es tarde para salirse, uno acepta y sigue vendiendo hasta que pasa al siguiente nivel, que es el negocio más peligroso, ‘cobrar la renta’".

Cuando Biglocote empezó a "cobrar la renta", le dieron cinco hombres más para su "clica". Con ellos iba a los "bares de mala muerte en los guetos", miraban quién vendía cocaína, quién vendía marihuana, qué vendía el dueño. "Por ser de la mara, el negocio de la droga es tuyo, entonces puedes cobrarles el 40% de las ganancias. Al dueño le cobras el 40% de las ganancias del bar. Te pagan, supuestamente, por protección. Pero si se niegan, tienes que matarlos u obligarlos a pagar".

El problema es que los vendedores también están armados y más de una vez estalla la balacera. La primera vez, Biglocote se le acercó a un vendedor de coca, cuchillo en mano. "Kiubo, ¿pura mara?", le preguntó. El vendedor sacó un revólver. Uno de los hombres de Biglocote le disparó en el brazo. Se armó un tiroteo. "En esas uno no está tratando de matar, sino de salir. Éramos siete contra unos 30 y todos querían matarnos, porque éramos los dueños del negocio. Uno dispara mucho, pero no sabe si le dio a alguien, lo más probable es que sí. Esa vez mataron a dos amigos. Se me salieron las lágrimas y luego me gané un ‘calentón’, porque uno no puede llorar. Logré salir en un carro". Un mes después, Biglocote ordenó un drive by en el mismo bar y murieron todos los que estaban en el establecimiento.

Biglocote se posicionaba en la mara, se ganaba el respeto. Hasta que vio un episodio que lo impactó. A El Drogo, un miembro de su "clica", le gustó la mujer de otro marero y la violó. "Ella quedó traumatizada, no la volví a ver. Al Drogo lo reventé en la calle y me gané otro ‘calentón’, porque lo que es de la mara, es de la mara, hasta las mujeres".

Después de la violación, Biglocote quiso renunciar a la mara. Le preguntó a El Loco cómo hacerlo. "Muriéndote", fue la respuesta. "Pero días después, afortunada y desafortunadamente, fui a robarme un carro. Sonó la alarma de la policía. Nos rodearon. Salimos a toda carrera. Me persiguieron. Me agarraron. Me iban a dar mínimo 15 años de cárcel si no daba información y me devolvía a mi país voluntariamente. Era la oportunidad de recuperar mi vida, así que conté la historia de El Drogo, que había cometido la violación".

Antes de volver a su tierra natal, Biglocote quizo ir al "destroyer" a recuperar su dinero y sus autos. Al llegar sintió el ambiente tenso, lo llevaron a una "misa", le dieron "calentón" por dar información a las autoridades. Sabía que lo iban a matar, "y lo peor es que los soplones de la mara mueren torturados".

Corrió, sin muchas esperanzas de sobrevivir, y se montó al carro. Lo persiguieron. Se metió a la avenida Albemarle, donde hay mucha policía. Parqueó a dos cuadras del edificio donde trabajaba su madre. "Nos vamos para Concord a donde mis abuelos", le dijo al entrar a la oficina. Cruz estuvo encerrado un mes en casa de sus familiares en Concord, antes de volver a su país de origen y dejar atrás un pasado del que ahora, mientras trabaja como abogado, no deja de arrepentirse. Y tampoco deja de temer: "El Drogo está en una cárcel federal. Si algún día llega a saber dónde vivo, viene a matarme".

Las maras en EE.UU

Inmigrantes salvadoreños que llegaron a Los Angeles huyendo de la guerra civil en su país, se agruparon en maras durante los años 80 para enfrentar la discriminación y las amenazas de otros grupos sociales. Las maras se han convertido en una de las pincipales redes del crimen y el narcotráfico en América. Según el FBI, estas pandillas ahora operan en 42 estados y tienen cerca de y 10 mil miembros armados en el país. Los mareros cometen una amplia actividad delictiva, iniciando por la extorsión, el expendio de drogas y el control, junto a otros carteles de Centroamérica, de las principales rutas del narcotráfico que llegan a norteamérica. Últimamente, según la policía federal, han entrado a controlar el negocio de la prostitución de adolescentes en Washington, donde hay cerca de tres mil miembros de la pandilla.

Centroamérica necesita una mano

El incremento de la delincuencia en Centroamérica y la responsabilidad que le cabe a México por su cercanía con la región y por el crecimiento del crimen organizado en su territorio, han sido temas de conversación en distintos foros e instancias públicas.

Hace dos semanas, el mexicano Jorge Montaño, integrante de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), que pertenece a Naciones Unidas, aseguró que, para mitigar los efectos, "urge" una estrategia de apoyo a Centroamérica más decidida por parte de México y Estados Unidos, en su papel de líderes regionales.

Montaño señaló que en países como Guatemala, El Salvador y Costa Rica la situación está desbordada y ha llevado a que cerca de 75.000 pandilleros de la mara Salvatrucha actúen en llave con los grandes carteles de la droga. Hoy por hoy, Centroamérica es considerada la región más violenta del mundo, según la ONU.

http://www.elespectador.com/impreso/internacional/articulo-315327-mi-vida-mara-salvatrucha

martes, 6 de diciembre de 2011

La gran venta o Der grobe ausverkauf, que es su título original. El filme es una producción alemana de Félix Blue y Arne Ludwig, con guión del documentalista Florián Opitz, historiador, escritor y periodista egresado de las universidades de Colonia y Heidelberg, quien expone en sus distintos trabajos las consecuencias de la globalización en distintas sociedades del mundo. En este caso, es la historia documental de las llamadas privatizaciones de servicios públicos estatales y cómo impactan a comunidades en América, Africa y Europa.

La narración dividida en episodios presenta los relatos de ciudadanos en países distintos y que padecen diariamente los efectos de la privatización impuesta desde organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Para ello entrevista a los responsables de esta forma de corporativismo global e incluye comentarios críticos del premio Nóbel de Economía, Joseph Stiglitz, sobre un concepto que es, más que una abstracción, una realidad que pone en desventaja a los ciudadanos frente a sus necesidades básicas como el acceso a la salud, los servicios de energía o de agua. Así, la historia se entrelaza con las vivencias de protagonistas como Minda, de Manila, Filipinas, que no tiene dinero para pagar la diálisis que requiere su hijo para sobrevivir porque el sistema de salud ha sido mayoritariamente privatizado; o de Bogani, un electricista de Soweto, Sudáfrica, que pertenece a un grupo llamado guerrilleros eléctricos, que se dedican a restablecer ilegalmente la luz en las casas de quienes no pueden pagar los altos cobros de la compañía de electricidad, que está en vísperas de ser privatizada.

A estos testimonios se suman los de un conductor de tren en Brighton, Inglaterra, de nombre Simon, que tiene que trabajar a lo largo de su vida para distintas compañías privadas como la British Rial con casi nulas ventajas laborales y culmina con los relatos de ciudadanos de Cochabamba, Bolivia, que enfrentan a las fuerzas de seguridad que protegen los intereses de un gran corporativo estadunidense que pretende privatizar el agua.

Las historias desnudan ante el espectador los falaces argumentos de los grupos privatizadores que rechazan la planificación económica a favor de las leyes de la oferta y la demanda o las fuerzas del mercado, que nada tienen que ver con el desarrollo humano, la equidad económica, la defensa de los recursos naturales o la protección del medio ambiente, la promoción de la cultura o alguna acción de solidaridad social. Por lo contrario, con imágenes de los discursos de personajes como Margaret Tatcher, se muestra la falta de sensibilidad social de quienes hablan de "reforma del Estado", "desregulación", "descentralización", "racionalización" y "modernización" con el objetivo de disminuir la participación gubernamental para entregar los negocios más rentables y atractivos del sector público a manos privadas. Si bien la realidad que se retrata en esta película de 94 minutos es igual o parecida a la que vivimos hoy los mexicanos o cualquier habitante del planeta, es también un mensaje de esperanza ante la codicia y ambición que despierta en los grupos más favorecidos por el capital la transferencia de la gestión administrativa o el dominio de los activos y bienes que pertenecen al Estado, para ser remplazados por unos cuantos monopolios, ahora de carácter global, que manejan a su vez unos cuantos magnates, lo que conlleva a la renuncia de la promoción de la democracia económica y la justicia social, abandonando a su suerte a los sectores de la población menos favorecidos o marginados, con procesos de privatización que ocultan la corrupción, el tráfico de influencias, el uso de información privilegiada y la falta de transparencia que generan para una minoría la enajenación de los bienes públicos, que son de todos.

La gran venta es una reflexión oportuna en un momento en que la disputa entre el poder económico y el poder político se enfrentan para lograr la adquisición de la industria petrolera de nuestro país.
http://www.jornada.unam.mx/2008/06/16/index.php?section=opinion&article=040a1cap