lunes, 12 de noviembre de 2012

Huehuetoca: El oasis desierto.


El cierre del albergue de Huehuetoca dejó a los migrantes sin un refugio para seguir en su camino.

Huehuetoca era hasta hace una semana un oasis para los migrantes, en su mayoría centroamericanos, que comienzan su travesía en la frontera de México con Guatemala. Expuestos a la violencia, al hambre, las inclemencias del clima, y la inseguridad, el albergue de esa localidad era para ellos un punto de descanso, un lugar para recargar energías y seguir adelante, donde podían encontrar un poco de humanidad antes de seguir el via crucis. Ahora está desierto.

"Quieres crear violencia en México, hazlo por esta forma: cierra albergues", dice Enrique, migrante hondureño, mientras se halla junto a las vías del tren que lleva a Estados Unidos, a la altura de Huehuetoca, donde hace una semana se anunció la suspensión de actividades del Albergue San José (uno de los dos instalado en este municipio mexiquense), ante el acoso de bandas delictivas que operan en las inmediaciones.

En este camino, plagado de malhechores, sed, hambre y frío, los albergues son un "oasis", afirma Enrique, mostrando sus dientes rotos, en una mueca como sonrisa, y por ello es grave, remarca, que alguno de estos espacios deje de prestar ayuda humanitaria.

"Si comienzas a privar a las personas de estos lugares de atención, vas a darle más presas a la delincuencia.

–advierte Enrique, que ha viajado en tres ocasiones al norte, y otras dos al sur, deportado–. Para que tengas un vandalismo tremendo, comienza a parar ilegales".

Enrique habla a un costado del Albergue San Juan Diego, asentado también en Huehuetoca, hasta donde mudó sus instalaciones en julio pasado, luego de que vecinos de Lechería, el municipio vecino, literalmente corrieran a los migrantes de su territorio, con amenazas de incendiar la casa en donde originalmente eran atendidos.

Pareciera no entender la gente, dice el hondureño, que "estos lugares salvan la vida de un montón de personas… esto es un oasis, es un lugar donde se puede descansar, comer, tomar un baño, recibir atención médica y protección. En estos lugares se te da la oportunidad de poner en órbita tu universo, poner en orden tus pensamientos y saber lo qué harás después."

N. tiene 20 años y 36 semanas de embarazo. Salió de El Salvador a principios de septiembre, acompañada de su esposo, con el plan de trabajar en Guanajuato, pero antes de que lograran llegaran a su destino, llegaron las contracciones.

"Salimos de mi país por la situación economía –dice N–, allá sí hay trabajo, pero se ganan 50 pesos por trabajar de las seis de la mañana a las nueve de la noche, y ese dinero no alcanza ni para la comida… aparte, está la delincuencia, por eso salimos."

Esta joven salvadoreña abordó en Chiapas el tren que sube al norte, pero a la altura del Estado de México debió ser trasladada de emergencia a este albergue, donde, informaron sus encargados, se le estabilizó la presión y calmaron las contracciones, para evitar que su bebé naciera en un momento en que sus pulmones aún no estaban desarrollados.

De eso hace ya un mes y, desde entonces, N. es atendida por los voluntarios del Albergue San Juan Diego y, reconoce, de no ser por ellos, su bebé y ella misma quizá hoy no estarían con vida.

"Aquí nos han ayudado mucho, –señala N., tocándose la barriga– no nos han abandonado a pesar de que somos migrantes… Tengo 36 semanas, pero no llego a las 40, mi hija se va a llamar Felícitas Nicole y mi idea es quedarme en México y, luego de que nazca, me voy a Celaya, donde ya tenemos trabajo…"

José Francisco es hondureño, profesor de primaria, y viaja con su hermano, Oval, también mentor, rumbo a Estados Unidos. Ambos platican, junto con otros compatriotas, en el patio del albergue San José, es 28 de octubre e ignoran que, una semana después, este espacio será cerrado.

Lucen contentos, han reunido el poco dinero de cada uno y comprado una pizza y un refresco de tres litros.

"Yo agradezco a las personas que se dedican a trabajar en estos albergues, porque si no existieran estos lugares, nosotros no estaríamos aquí…"

José Francisco habla con conocimiento de causa. Ésta es la tercera vez que hace el viaje al norte y, subraya, los peligros y las amenazas que se ciernen hoy sobre los migrantes son inéditas y extremas.

"La primera vez que yo crucé fue en 1999, cuando el huracán Mitch destruyó mi país –recuerda–, y en ese momento México no estaba como está hoy… México es un país grande, con mucha gente de buen corazón, que te apoya, pero también hay mexicanos que no se tocan el corazón para quitarte todo, sin darse cuenta de que no sólo a uno le hacen daño, sino a la familia que estás dejando atrás… es algo difícil de explicarlo, pero en Honduras, aunque hay inseguridad, no se da en los niveles extremos en los que ustedes viven, y yo lamento decírselos, pero ustedes, los mexicanos, están en un nido de águilas y en algún momento la cosa va a estallar…"

Por eso, aclara, el migrante no sólo recibe comida y un espacio de descanso en los albergues, sino que, sobre todo, recibe seguridad, protección a sus derechos y a su vida. "Si no fuera por estas instituciones, ninguno de nosotros coronaría la llegada a Estados Unidos, incluso si tuviéramos dinero para pagar un hotel, siempre sería más seguro estar en estos albergues…"

Dalila Chagoya y Paris Martínez 
http://www.animalpolitico.com/2012/11/huehuetoca-el-oasis-desierto/#axzz2C0MGRwKG