jueves, 28 de abril de 2011

El cuadro que Goya pintó más veces.

En 1809, Tadeo Bravo de Rivero, regidor del ayuntamiento de Madrid y amigo personal de Francisco de Goya, encargó a éste la realización de un cuadro en el que apareciese la figura del recién coronado rey José Bonaparte.
 
Goya no dudó en aceptar el encargo por el que recibiría un pago de 15.000 reales. En él quiso plasmar un vínculo que uniese la figura del monarca con la corte y la capital de España. Tituló el cuadro: Alegoría de la villa de Madrid.
En dicha pintura representó la figura de una mujer que tenía junto a su mano izquierda un escudo de la corte y villa de Madrid que contenía al oso y el madroño y señalando con su mano izquierda un óvalo en el que aparecía José I.
En 1812, el rey se marchó de la capital provisionalmente y las autoridades municipales decidieron sustituir la imagen del monarca por la palabra ‘Constitución’ recientemente aprobada.
Unos meses después, José I volvió y se pintó de nuevo su retrato en el óvalo.
El pintor aragonés era enemigo de tener que ir modificando y rehaciendo su obra, pero no le quedaba más remedio que hacerlo debido al compromiso que había adquirido al juramento de fidelidad que había hecho al ser nombrado Primer pintor de cámara.
En 1813, el monarca evacuó definitivamente el país y rápidamente volvió a pintarse la palabra Constitución sobre el retrato del rey.
Pero un año más tarde, el repuesto rey Fernando VII abolió la Constitución de Cádiz (conocida como La Pepa) y de nuevo el óvalo fue repintado, esta vez con el retrato del nuevo monarca.
Y así permaneció el óleo hasta 1943 en el que se volvió a decidir que el retrato del monarca absolutista, fallecido diez años antes, debía ser sustituido de nuevo por la palabra constitución en vigencia desde 1836. Esta nueva modificación fue realizada por otro pintor, ya que Goya murió en 1828.
Ángel Carvajal y Fernández de Córdoba, marqués de Sardoal, recién nombrado alcalde de la villa de Madrid en 1872 decidió que debían ser borrados los repintes del óvalo y que en éste debía figurar las palabras "Dos de Mayo", al tratarse de un hecho histórico genérico y que "no estaba sujeto a las opiniones cambiantes de los hombres".

lunes, 25 de abril de 2011

Doctrina de los dos demonios.

Definiciones sobre la "guerra" que hubo en Uruguay en las décadas de 1960 y 1970, el reconocimiento formal de que los "desaparecidos" están muertos y las razones que llevaron a su desaparición, y las responsabilidades compartidas por la violencia que vivió el país en el pasado, son algunos de los conceptos que se manejan en un documento de cinco carillas que dirigentes tupamaros y militares integrantes de la logia Tenientes de Artigas redactaron en 1998, como forma de dejar atrás las heridas del pasado. El documento, que publica hoy El Observador, fue divulgado por militares que están molestos con la aprobación de la ley de Caducidad, decisión política del oficialismo que, sostienen estos oficiales, se da de bruces con el espíritu de aquel pacto que no llegó a cerrarse por una serie de circunstancias políticas del momento. A continuación de transcribe íntegro el texto de este documento que se mantuvo en reserva por más de una década:
"Los abajo firmantes queremos dar a conocimiento público lo siguiente:
Desde hace ya un tiempo hemos venido realizando contactos de carácter reservado con miembros de la FF.AA. en actividad y en retiro, a quienes conocimos en oportunidad de los enfrentamientos armados, con el propósito de conocer el destino de los Desaparecidos. En dicha misión han participado un importante número de personas pertenecientes a ambas partes y se ha procurado no hacer caudal partidista o personal del tratamiento de este delicadísimo tema.
Quienes suscribimos esta declaración estamos en condiciones de asegurar que oficiales de las tres fuerzas y de distintas jerarquías, a quienes conocemos desde hace muchos años y de quienes sabemos su condición de combatientes, nos aseguraron que los siguientes compañeros están muertos.
Luego de varias y muy duras discusiones, también hemos convenido dar a conocer algunos conceptos a los que hemos arribado de consuno, aunque guardando igualmente serias discrepancias en torno al análisis del pasado.
Lo hacemos con el anhelo de colaborar en la mejor comprensión de estas difíciles páginas de la historia de los orientales; con intención pacificadora y espíritu reconciliatorio.
Observamos que una gran mayoría de los actores políticos y sociales que se muestran interesados en resolver el hecho de los desaparecidos, parecen abroquelados en alguna de estas dos siguientes posiciones simplificadoras: unos en el maniqueísmo de que "los muertos buenos son los nuestros y mal muertos están; los de ellos son malos muertos y bien muertos están", y otros por el contrario han impulsado, o se han sumado, a la llamada "doctrina de los dos demonios" y muy sueltos de cuerpo declaran: "esos muertos y no son nuestros, ni los unos ni los otros; de ustedes de ambos bandos son los muertos y ahora debéis expiar culpa los unos y los otros, hasta el fin de los tiempos, porque nosotros somos inocentes, nosotros no tenemos nada que ver y repudiamos lo que ustedes han hecho".
No ponemos en duda de que en ambas posturas hay personas honestas, y es a ellas a quienes están preferentemente dirigidas estas líneas, pero lo que rechazamos y denunciamos es el deliberado uso político que se está haciendo de estas posiciones.
Los muertos, todos ellos, murieron por sus ideales, y tienen razón los familiares de los desaparecidos cuando dicen que no son sólo un asunto de ellos, sino de toda la comunidad.
Por esto queremos descubrir a las falsas izquierdas y falsas derechas que están buscando medrar con el encono eterno, y a los falsos intelectuales y falsos humanistas que haciéndole el juego al gran poder y a la élite política gobernante, asustan a la gente con los dos demonios. Vacíos y limpios de toda culpa, los zorros que gobiernan llaman al pueblo a mantener enhiesto un nuevo tótem – mito – símbolo, alrededor del cual reunir la nueva república: los Desaparecidos; trágico saldo de un enfrentamiento que hubo entre "tupas y milicos", chivos expiatorios cuya sangre debe ofrendarse a los dioses de la democracia.
Una democracia sana no debe, ni puede, sostenerse tomando de rehenes a los desaparecidos, sino con la paz y el orden que sobrevienen a la verdad y a la justicia en que vive la comunidad.
Es en orden a buscar juntos esa verdad y esa justicia, que les pedimos a todos los orientales que nos escuchen en estas reflexiones.
Comencemos por preguntarnos por qué causa fundamental hubo desapariciones de personas. Hubo desapariciones porque aquí hubo una guerra.
Hubo una guerra que partió al mundo en dos y que se le llamó "guerra fría" a nivel planetario, aunque nunca fue declarada pero que aquí se llamó "Interna" y si se llegó a decretar y declarar formalmente. Y fue una guerra que abrió una grieta profundísima que atravesó la nación entera, a todas sus instituciones y su gente, y dejó a cada lado dos trincheras ideológicas, porque la ideología fue la causa eficiente de la guerra: básicamente un enfrentamiento entre el liberalismo y el marxismo, las dos ideologías "modernas" y predominantes en este siglo.
De cualquier manera no se trata aquí de abundar acerca de cuales otras concepciones del hombre y la sociedad se alinearon a cada lado, o cuales de los antagonistas podrían alegar con más razones. Causa Justa para combatir , porque lo que nos ocupa aquí, que es el hecho de las desapariciones, no ocurre, al menos en apariencia inicial por la "jus ad bellum", sino por el grado de justicia que hubo en desarrollo de guerra misma; la "jus in bello".
No obstante, es importante ir pensando desde ahora y no perderlo de vista, para analizar más adelante las responsabilidades, si alguien con interés, y con derecho legitimado en el conocimiento, a expresarse sobre los hechos de la guerra, pudo y puede sustraerse de tal manera a un enfrentamiento tan existencial y por ende tan abarcante que, o cayó dentro de la grieta abierta, o quedó entre dos fuegos y entonces sí puede manifestar con razón haber sido inocente y nunca haber siquiera consentido la defensa de ninguna parte. Es muy necesario para juzgar los hechos de una guerra, comprender cuál es su naturaleza.
Muchas veces oímos decir que uno u otro bando atentó contra los derechos humanos o cometió tales o cuales horrores, sin detenerse a considerar que es la guerra en sí misma el peor de los horrores y la violación de los derechos humanos por antonomasia, por eso es que se deban considerar todos los extremos de la Causa Justa para llevarla adelante: última razón, autoridad legítima, posibilidad de éxito.
En la guerra no participan monstruos u hombres desquiciados, sino hombres y mujeres normales, muchos en grado heroico, combatientes o de apoyo, de un lado y del otro, insertos todos en el ambiente propio de la guerra.
Según Clausewits, un pensador clásico y universalmente indiscutido acerca de la naturaleza de la guerra, esta siempre tiene un fin político y es llevada adelante por una decisión política como un instrumento más de su obrar, el cual debe ser el último, precisamente por la violencia que supone.
Es bien claro en nuestro caso la causa y el fin político de la guerra, en que el combate militar fue parte del combate político y en el que ambos bandos excluían la participación de la ideología antagónica en el proyecto propio del destino.
Aquí entre nosotros estuvo en juego la existencia del Ser nacional, entre dos cosmovisiones excluyentes, era una o la otra.
La existencia del Ser es la "legitimidad absoluta", según Clausewitz, y por ende excluyente de la legitimidad del otro. Dice Smith, sosteniéndose en Heidegger, que al reducir la cuestión política a la categoría de lo existencial, ya no se trata de un enfrentamiento entre dos valores legítimos y en disputa, sino que lo absoluto de lo existencial lleva a que el enemigo sea considerado un "sin valor absoluto".
El asunto es que esta conclusión tiene total ligazón con la lógica de la guerra y con los medios que en ella se empleen y de lo cual es evidente que no puede sustraerse la política, porque ella determina la sustancialidad de la misma.
La guerra en que está en juego el Ser es entonces un acto de fuerza política, que se retroalimenta con la acción recíproca de los contendientes, y que puede llevar al extremo de que no existan límites al empleo de la fuerza para asegurar la existencia del Ser. Dicho en otras palabras: lo que terminan ordenando los comandantes militares como necesario para vencer al enemigo y asegurar la victoria, no tiene una lógica propia, autónoma de la guerra como fenómeno aislado, sino que está íntimamente ligado a la causa y fin político que le dan, en este caso, legitimidad absoluta.
Con estas nociones que acabamos de exponer y teniéndolas in mente, podemos entrar a considerar ahora cuáles son los principales de la "jus in bello" (ética Tomista), que están en juego en el hecho de las desapariciones de personas.
Debería ser el principio de la proporcionalidad, el que en la toma de decisiones éticas en la guerra, resolviera la tensión existente entre la finalidad de la misma y los medios a emplear.
Sin dejar de considerar el "sin valor absoluto" del enemigo, ya expuesto, de cualquier manera parece evidente que en nuestra guerra el extremo que se debió considerar, es que los medios que llegaran a emplearse, no fueran a invalidar o destruir los valores que el propio fin de la guerra buscaba preservar para el Ser nacional y a la vez que pudiera alcanzarse una paz duradera. Muy difícil dilema, cuya correcta o incorrecta resolución por parte de los combatientes, pueden juzgar, con la sola condición de ser honestos, todos los orientales.
Lamentamos profundamente los muertos y los desaparecidos, los de ambos lados, todos cayeron defendiendo sus ideales, en el error o en el acierto, eso no importa ahora y mucho menos cuando ninguna parte puede alegar total certeza en sus verdades políticas.
Lo que más importa es que ahora ya todos sin distinción, integran con sus cuerpos ese humus espiritual de la tierra, el más fértil y que hace que un país se convierta en Patria para todos los orientales.
No obstante, sin perder de vista el carácter existencial de lo que estaba en juego, y si se compara esta última guerra, de hace ya 25 largos años, con las anteriores de nuestra propia historia, con las contemporáneas y de igual causa ocurridas en los demás países americanos, (algunas aún en curso!), y con todas las de la historia universal; y si también se considera que se llenó una cárcel que fue permanentemente visitada por comisiones internacionales de derechos humanos y que se respetó también la vida de los dirigentes, esta guerra no parece que debiera pasar a la historia como drásticamente cruel.
Nadie puede afirmar que hubiera habido un plan de exterminio o que los desaparecidos hayan sido asesinados con fría premeditación, sino que lo fueron en circunstancias muy diversas y no buscando intencionalmente su muerte.
Respecto al destino de sus restos mortales, estará en el fuero personal de quienes en el futuro aprecien que el tema se haya despolitizado y evalúen posible acercarse a algún familiar que ofrezca garantías de no manipularlo como bandera política, dar alguna respuesta si estuviera en sus posibilidades, este por lo menos es el deseo de quienes participamos de este escrito.
Otro principio de la debida justicia en la guerra que a veces se invoca, es el que en la teoría se denomina "discriminación" y pide que se extremen las medidas para diferenciar entre las personas involucradas en la guerra y las no involucradas. Se alega que algunos desaparecidos no eran combatientes porque no portaban armas y que eran simples militantes políticos, intelectuales o escritores, etc.
Se preguntan los moralistas si un niño que lleva munición al frente debe ser considerado un combatiente. Sin duda lo es y debe a su vez ponderarse la extrema necesidad para atacarlo y con que medios, y aún así el dilema ético es difícil de resolver.
Este punto nos lleva nuevamente a considerar la naturaleza ideológica de la guerra y qué criterio utilizar para diferenciar quiénes están involucrados y quiénes no.
Hay situaciones que parecen claras en este caso, como que se puede hacer más daño al enemigo con una pluma que con un arma, o que quien oculta información acerca de quienes van a usar un arma contra los propios está tan involucrado como estos.
Pero esta línea de razonamiento nos vuelve a nuestras reflexiones iniciales; ¿quiénes pueden haberse sustraído de tal manera de no estar posicionado en alguna de las dos facciones?
Este es el punto que entendemos por crucial para poder dar vuelta definitivamente la página como Nación, sin medias verdades, sin mitos y sin chivos expiatorios.
Quienes estas líneas suscriben, combatientes en el frente de un lado y del otro, hemos sufrido en carne propia la crueldad de la guerra más que todos (la violencia en el cuerpo del enemigo lacera también el alma del buen soldado) y algunos la han sufrido más que ninguno, sin que por ello se reclame condición de víctimas inocentes, sólo reivindicamos se nos reconozca recta intención; buena fe en el fin perseguido, nada más, pero nada menos.
Por esto no aceptamos que ninguna caterva de mal intencionados e hipócritas se declaren inocentes de toda culpa y nos acusen de ser la fuente de todos los males.
Freud pensaba, en sus disquisiciones sobre la guerra, que ella es una acto cultural que pone la agresión humana al servicio de esa cultura, canalizándola hacia lo permitido.
De ahí deduce que la guerra es siempre destructiva porque excluye la inhibición cultural de matar, exime al combatiente de reprimir su pulsión de agresión, es más, las convenciones le reconocen al soldado el derecho de matar.
Pero como acto cultural, la participación no se limita al soldado, sino que recorre una amplia gama que puede ir desde una grave perversión hasta el simple consentimiento "esa forma atenuada de inhumanidad que se caracteriza en parte por un deseo egoísta y pusilánime de autoconservación…". Es la pretendida manifestación de ser "ajeno a la cultura" de la guerra; sin considerar que incluso las formas inofensivas del consentimiento (como no discutir y seguir la corriente) son afirmaciones del sistema de injusticia. Para sobreponerse a la cultura y comprender los hechos, para que nada semejante vuelva a ocurrir jamás, hay que desenmascarar estas formas "inofensivas" de participación: "sobreponerse a la culpa no puede significar sino mirar de frente la verdad; admitir los hechos sin desestimarlos; reconocer la participación, aunque no hubiese consistido sino en la forma más inofensiva".
Esta y no la del avestruz parece ser la actitud correcta para escribir y sobre todo superar la página cultural de la guerra entre orientales, si el deseo es la paz duradera y el crecimiento espiritual de la comunidad.
Reflexionemos también acerca de la participación de los otros países de un lado y del otro, con honestidad y rechacemos su manipulación, a la vez que unámonos para denunciarlos como los más grandes violadores de los derechos humanos en este siglo.
Revisemos también con mucho detenimiento y profundidad cuánta es la verdad que dicen las ideologías respecto del hombre y su naturaleza social y política, y cuál es el real alcance de sus aportes en orden a satisfacer sus esperanzas.
Ahora es el tiempo nuevo de retomar con sabiduría, prudencia y sobre todo sin demagogia, la crítica del liberalismo, buscando discernir qué podemos esperar de él y cuál es el mejor camino posible que conduce al destino de los orientales.
Nosotros como combatientes comprometidos con el futuro de la Patria, estaremos vigilantes ante eventuales aviesas maniobras, destinadas a provocar enfrentamientos artificiales que generen desestabilización en la vida institucional, sea cual fuere él, o los partidos de gobierno.
Hermanados en el verdadero Proyecto Artiguista, anhelamos de todo corazón el mejor de los futuros posibles sobre esta bendita tierra para todos los orientale. Los militares, por no poder signar, facultan a los abajo firmantes a hacerlo también en su nombre".

Fecha: 25/04/2011 | 06:48 | Montevideo, Uruguay