sábado, 30 de octubre de 2010

La vida de los esclavos en el Uruguay.

Dice Horacio Arredondo que la Sociedad en la época del Virreinato, fue esencialmente patriarcal. Se caracterizó, en lo que a esclavitud se refiere, por la forma humana como se trataba al servidor doméstico, contrastando con los terribles castigos que los portugueses del Brasil propinaban a sus esclavos, igualados a los animales, al extremo de que el látigo era cosa usual y corriente. Pero eso no era todo. El látigo cedía paso, casi siempre, a torturas de otra naturaleza como la marcación con hierro candente o el estaqueado, medios utilizados para intimidarlos.
Entre los criollos se consideraba la esclavitud un recurso económico. Como recurso político se la consideraba un instrumento útil para facilitar la colonización de los territorios conquistados llegándose a decir, en alguna oportunidad, que la colonización de América fue posible gracias a su ayuda.
Hemos dicho ya que el esclavo cumplía tareas domésticas. Servía a sus dueños con fidelidad llamándolos "amos", Y "amitos" a los hijos de sus dueños. Vivían, acota Arredondo, en un pie de igualdad con la clase asalariada generando, en las casas de larga familia, sentimientos de amistad y de familiaridad, difíciles dé encontrar entre los servidores domésticos de hoy.
Por lo general las esclavas domésticas eran muy pulcras en cuanto a higiene personal. "Las mulatas esclavas son hermosas, dice Robertson en su obra: La Argentina en los primeros años de la Revolución, "su vestido es blanco como la nieve, sencillo como sus costumbres y después de proveer a la decencia, es aireado y liviano, de acuerdo a las exigencias del clima. El busto se cubre simplemente con una camisa y los contornos sin ayuda de sostenes, se acusan estando sencillamente la camisa atada a la cintura con una cinta de vivos colores...... "
Los mulatos y negra usaban una especie de "poncho" consistente en una "pieza de tela rayada en bandas de diferentes colores abierta en el medio, para dejar libre la cabeza que cae sobre los brazos y cubre hasta los puños".
A los esclavos negros y mulatos como también a los blancos de condición inferior les estaba reservada las tareas de panadero, pasteleros, bizcocheros, lavanderos, cocineros, o el acarreo de agua, pisar la mazamorra, trabajar la tierra y otros menesteres análogos.
Sus diversiones favoritas -como lo son hoy el fútbol y los deportes- eran las riñas de gallos, y las corridas de toros que alcanzaron su apogeo en los años anteriores a la Guerra Grande. Las corridas de toros subsistieron aun después de abolida la esclavitud. Fueron prohibidas definitivamente durante la primera presidencia del señor Batlle y Ordóñez. Las riñas de gallos se siguen practicando en clandestinaje.
Los esclavos menores, llamados "moleques", debían acompañar a sus amas con el mate o con el farol durante las horas de Ia noche. La educación de los hijos de familia fue, poco a poco, dejada a cargo de las esclavas de mayor edad. Transcurrió así, en esa forma, la vida social en el período colonial.
COSTUMBRES DEL ESCLAVO MONTEVIDEANO
En interesante recordar, aunque sea de paso, el uso que los esclavos hacían de sus horas libres, si es que las tenían por la comprensión o tolerancia de sus amos. Especialmente las fiestas en honor de sus santos preferidos o los jolgorios a que se entregaban en fechas especiales como el día de Reyes.
Actuaban en forma organizada, reuniéndose en "salas", "sociedades" o "naciones" de acuerdo con el origen o tribu de la que procedían. Cada sala tenía un "Presidente", un "juez de fiestas" lo cual les permitía reunir algunos fondos para la celebración de sus conmemoraciones religiosas.
Los negros afincados en el Uruguay no crearon ritos independientes de las prácticas cristianas, ni siquiera intentaron imponer el culto de sus dioses.
Andando el tiempo, el esclavo aprendió a querer al Dios que adoraban los españoles y criollos, mezclando los himnos religiosos de las iglesias con el ritmo y las voces ancestrales del África lejana.
El recuerdo de sus aldeas, de su tierra y el dolor que sentían por la libertad perdida, sumados a los nuevos sentimientos religiosos que arraigaban en ellos, juntando temores y resentimientos, se tradujeron en cantos de lánguida nostalgia y en danzas frenéticas, con rasgos de lascivia, donde el tambor proyectaba, en las manifestaciones, el desborde y el ardor de su sangre moza.
La mística de sus tristes se refleja, todavía hoy, en sus canciones espirituales que tanto contribuyó a divulgar por el mundo la voz dulce y melódica de Maryam Anderson.
En este juego de ritos y creencias, el negro era dueño de su voluntad. Sus santos preferidos, San Benito y San Baltasar, por ser ellos mismos de raza negra, eran honrados a su manera. Son conocidas sus festividades y las expresiones del ceremonial que cumplían, a veces con la ayuda de sus amas, complacidas en destacar el rol que sus jóvenes siervas habrían de cumplir junto a sus "reales consortes" en esos reinados que apenas duraban un día, terminado el cual volvían al desempeñó de su trajinar rutinario.
Rendían culto a sus muertos con un ceremonial, característico de los "velorios negros" que supo captar la paleta de Pedro Figari. Tenían "un juez permanente de muertos" a cuyo cargo estaba el ritual. Cuando el difunto era miembro de la sociedad lo regaban, corno parte de la ceremonia, con su bebida preferida, entonando cánticos alusivos en presencia del "rey y de la reina" de la comunidad a la que pertenecía.
Las relaciones amorosas entre esclavos eran facilitadas a menudo por los dueños, porque de la unión entre siervos, no liberados, obtenían descendencia - vale decir - cosas que tenían valor para ellos como algo que acrecía su riqueza. En honor a la verde salvo casos excepcionales, el esclavo nacido en los casas patricias era estimado. Su venta era poco frecuente y resistida por las familias montevideanas de la época colonial.

( Revista Raices - Montevideo, Uruguay )

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