INICIOS DE UNA MUJER HILANDERA QUECHUA - Los Hilos de vida de Hilaria Supa Huamán
En el principio, aun cuando todo era oscuridad, los Ñaupamachus, hombres gigantes, habitaban la Tierra. Tan poderosos eran, que su arrogancia enojó a Pachacamaq, quien envió al Sol. Cegados por la luz se refugiaron en las cuevas de las montañas, en los lagos y quebradas. Allí habitan desde siempre.
De estas Paqarinas o lugares de origen emergió otra humanidad, unos de lagos, otros de cuevas, siempre del Ukhu Pacha, mundo subterráneo, donde se genera el fermento de la vida.
Así vivieron, tratando de ordenarse y cometieron errores. Entonces Pachacamaq envió a Wiraqoccha, Ser de Luz, quien anduvo compartiendo y repartiendo, enseñando y construyendo, premiando a unos y castigando a otros. Aprendimos a vivir en armonía. Nuestra sociedad fue el reflejo de la comunidad cósmica. Danzamos el caótico ritmo del orden y así creamos, con humildad, una cultura que cría y se deja criar, en reciprocidad eterna con Pachamama nuestra amada Madre Universo.
Gozamos de tan preciada armonía, hasta que un día llego otra gente. Quienes decían venir en el nombre del "único Dios". Recibiéndoles nosotros como visitas, según nuestras costumbres, con respeto y cariño, ellos nos asaltaron a traición y nos exigieron oro.
Así conocimos la humillación. Una noche oscura y fría cayó sobre nosotros. Nuestros hijos fueron asesinados, mutilados sus cuerpos y cosidos brazos y piernas en sus bocas. Cuales muñecos macabros, fueron colgados, en postes, a lo largo de los caminos por donde avanzaban estos extraños seres. No entendemos por que no presentaron sus mas diestros y honorables luchadores para medirlos con nuestros valientes hombres. No entendemos porque mataron a los niños y los ancianos. El terror nos estremeció. Las mujeres untaron sus cuerpos con excrementos para no ser violadas.
Pero nada los detuvo. Voraces de poder material se envilecieron aun más y desearon el control absoluto de cuerpo y alma, aniquilando cuento había de sagrado. Con el nombre de "extirpación de idolatrías", campaña dirigida por el Vaticano, perseguían sistemáticamente nuestras ceremonias, nuestra música y nuestras tradiciones bloqueando la capacidad de encontrar y sentir lo sagrado.
En la colonia "divina", se repartieron las mejores tierras y valles, cultivados por milenios con respeto y amor. La hacienda del sistema feudal siguió por mucho tiempo. Hasta la aparente libertad del yugo colonial, la famosa independencia política, fue una absoluta farsa revestida de racismo. Para los autóctonos, se perpetuo el abuso y los aparentemente patriotas tomaron las tierras usurpadas por sus ancestros españoles. Nuestras mujeres y niñas siguieron siendo abusadas y nuestros hombres alcoholizados, pues fue el alcohol una forma de pago por el trabajo obligatorio de siervos.
Pero no todos fuimos atrapados y esclavizados. Muchas hermanas y hermanos huyeron a las altas cumbres donde habitaron en relativa autonomía teniendo que trabajar más duro para la supervivencia pero estando libres del constante acoso del patrón. Ni las condiciones del suelo ni del clima fueron un obstáculo para quienes conocían el lenguaje del amor y el respeto por todo lo creado. Así restablecieron cierto orden basado en la reciprocidad ancestral, el Ayni, práctica viva y eje de la vida comunitaria hasta estos días.
Mientras tanto, millones de personas, atrapadas en la pesadilla, sufrieron hasta los años 60 y 70 el látigo e incluso la mutilación de miembros como castigo. Cuando en las haciendas, líderes indígenas se sublevaban, el patrón les hacía comer sus excrementos delante de todos los demás. Es vergonzoso siquiera recordar los detalles de tantas ofensas a los derechos humanos. Pero de allí venimos: de este penoso trauma histórico.
En los años 60 -70 se realizó la Reforma Agraria como respuesta a la lucha de la toma de tierras . las grandes haciendas fueron parceladas y entregadas las tierras a quienes la trabajaban. Se crearon nuevas comunidades campesinas indígenas. Así, una nueva generación conoce una aparente libertad. El patrón dejo de poseer toda la tierra; pero quedó viviendo en nuestro subconsciente. También nos quedó el miedo: miedo a caminar, miedo a pensar, miedo a decidir, miedo a vivir, miedo al castigo divino, miedo a soñar, miedo al miedo.
Hay dos clases de indígenas: unos que no sirvieron al patrón y los otros que le sirvieron. Los primeros, fuertes en sus tradiciones y los otros, recogiendo nuestros pedazos. Ambos están escondidos por la historia, marginados por la sociedad, ahogados por el alcohol, satanizados por la religión, no aceptados por la globalización.
Las comunidades de la provincia de Anta se podrían ubicar en el segundo de estos dos grupos y ese es el ambiente en donde nace Hilaria Supa Huamán. Después de sus primeros años de vida en la hacienda, esta obligada a realizar un largo y penoso viaje por los caminos oscuros de la sociedad dominante, llenos de racismo y doble moral. Retornando al seno de su tierra y de su gente, ella es una de muchas mujeres indígenas sufridas y una de las pocas que lo habla con el corazón y que se entrega a la lucha por la recuperación de nuestra cultura milenaria.
Fuentes:
-El libro "Hilos de mi Vida" El testimonio de Hilaria Supa Huamán, una campesina quechua.editado por Willkamayu editores 2001 / Qosqo-Perú
El libro informa sobre la vida de los indígenas; además, denuncia el machismo, el alcoholismo de los varones, las esterilizaciones forzadas y el menosprecio de la cultura indígena. Valiente voz de mujer. Buen material para conocer la realidad del área rural después de 200 años de la "independencia" del Perú.
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