Las grandes ciudades sólo ocupan un 2% de la superficie del planeta, pero generan un 80% de las emisiones de CO2 y consumen el 75% del total de energía en el mundo. Estos datos hacen suponer que las ciudades son grandes focos de contaminación. Sin embargo, si se comparan las emisiones de CO2 per cápita de los habitantes de las grandes urbes del planeta con las de los habitantes de otras zonas en el mismo país, se constata que estas últimas son sensiblemente superiores. Las emisiones de los habitantes de las grandes ciudades son especialmente bajas en aquellas urbes que han desarrollado programas coherentes en materia de urbanismo, transporte y espacios verdesLas emisiones de un ciudadano de Nueva York representan menos de un tercio de la media de Estados Unidos; cada ciudadano de Barcelona emite la mitad de gas de efecto invernadero que el ciudadano medio español, al igual que los londinenses, cuyas emisiones muy inferiores a las del resto de británicos; y, en Sao Paulo, las emisiones por habitante no llegan a un tercio de la media brasileña.
Este fenómeno se explica de forma sencilla y contradice la tendencia de crear unas ciudades más dispersas y menos densas. Una ciudad compacta, que acerque viviendas y actividades y disponga de un buen servicio de transporte público será mucho menos contaminante que una ciudad dispersa cuyas viviendas independientes y alejadas de los servicios propician en uso del automóvil. La relación entre una baja densidad urbana y unas altas emisiones de CO2 por habitante es muy estrecha.
Un reciente estudio publicado por la revista "Environment and Urbanization" muestra que, al contrario de lo que pueda parecer, el desarrollo económico no conlleva necesariamente un aumento de la contaminación. Tokio emite una cantidad de gas de efecto invernadero por habitante equivalente al 45% de la media japonesa, un índice muy inferior al de un habitante de Pekín o de Shangai, ciudades que doblan la media nacional de China.
La gestión política de la energía y el transporte es un factor determinante: los transportes son responsables de un 60% de las emisiones de CO2 en Sao Paulo, mientras que en Londres o Nueva York, ciudades con buenos servicios de transporte público, el transporte sólo es responsable de un 20% del total de emisiones.
Las ciudades del futuro no sólo deberán ser eficientes desde el punto de vista energético, sino también multiplicar los espacios para la naturaleza y la vegetación con el fin frenar la contaminación, limitar las emisiones de CO2 y luchar contra el cambio climático. La capacidad de absorción de CO2 y otros compuestos orgánicos volátiles por parte de los árboles desempeña un importante papel contra la contaminación y el cambio climático.
Un estudio realizado por los científicos del Centro Nacional para la Investigación Atmosférica (NCAR), en EEUU, muestra que las plantas de hoja caduca absorben como mínimo un tercio de los agentes contaminantes atmosféricos comunes. Según este estudio, que se basa en la interacción entre los árboles de hoja caduca y los compuestos orgánicos volátiles (COV) oxigenados, la capacidad de absorción de la contaminación atmosférica por parte de los bosques ha sido subestimada.
Los COV suponen un impacto a largo plazo sobre el medioambiente, ya que intervienen en la formación del ozono y los gases de efecto invernadero. Además, los COV están considerados agentes cancerígenos o mutagénicos y se producen por la combustión de hidrocarburos y otros compuestos químicos provenientes de fuentes naturales y artificiales (transporte e industria).
El número y el estado de los árboles de un espacio urbano suele ser la primera impresión que la comunidad ofrece a sus visitantes. Los árboles de una comunidad urbana son la extensión de su orgullo y de su espíritu comunitario. Según diversos estudios, los árboles en la ciudad aumentan la estabilidad económica atrayendo negocios y turistas. Los visitantes tienden a prolongar su estancia en las calles arboladas y a realizar más compras en las mismas. Los apartamentos y las oficinas situados en calles arboladas o cerca de espacios verdes se alquilan con mayor facilidad, y su índice de ocupación es mayor. Se cree que las empresas cuya sede se encuentra en zonas arboladas sufren un menor absentismo laboral y sus trabajadores son más productivos.
Los investigadores de NCAR descubrieron que la capacidad de absorción de este tipo de compuestos por parte de las plantas es cuatro veces mayor que la estimada hasta ahora. Esta importante absorción de COV oxigenados evita su degradación en aerosoles en la atmósfera y el consiguiente daño al medioambiente y a la salud humana.
Según David Nowak, jefe de proyecto de la unidad de investigación de bosques urbanos, salud humana y calidad medioambiental, "los árboles de Chicago almacenan el equivalente a 760.000 toneladas de CO2, valoradas en 14,8 millones de dólares tomando como referencia el precio del combustible para automóviles, y absorben 25.000 toneladas de CO2 anuales, el equivalente a 521.000 dólares".
La suma equivalente de todos los servicios que prestan los árboles debido a su capacidad tanto de almacenar como de absorber diferentes sustancias químicas presentes en la atmósfera asciende en Chicago a 6,4 millones de dólares. La presencia de árboles en el medio urbano resulta de gran utilidad no sólo en la lucha contra el cambio climático sino también para la reducción de la contaminación y las olas de calor. Un aumento de un 10% de superficies verdes en las ciudades propicia el descenso de un grado en la temperatura en un radio de 100 metros.
Las ciudades del futuro deberán ser densas, sobrias y eficaces desde el punto de vista energético y del transporte. La vegetación debe estar presente en todas las zonas de la ciudad, cubiertas, aceras... Las ciudades deben ser sostenibles y combinar las virtudes tecnológicas con la integración de la naturaleza en todas las áreas de organización de las mismas.
Environment and Urbanization
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